viernes, 6 de mayo de 2011

El retrato de Dorian Gray

Hay frases que se asientan en la realidad con la comodidad y seguridad que les otorga su supuesta verdad. Nosotros, en un ejercicio acomodaticio de falta de escepticismo, las adoptamos. Y las llamamos a filas siempre que alguna duda existencial nos inquiere. Ellas, siempre prestas, acuden a nuestra llamada para asegurar, o todo lo contrario, nuestras ideas. Son “verdades” que se instalan en el inconsciente colectivo en forma de refranes, aforismos, epigramas o sentencias.
Son “verdades” del estilo de: “segundas partes nunca fueron buenas”.  Su verdad radica en que son lugares comunes de los que no nos podemos fiar. Esto es, la única verdad que pueden defender es que carecen de ella.
Hace unos meses fui a ver una película que, sin embargo, sí que demostraba la verdad del aforismo anterior: “segundas partes nunca fueron buenas”. La película en cuestión es El retrato de Dorian Gray.
Oscar Wilde es el esnobismo hecho palabra. Sus discursos no buscan la verdad, buscan la belleza con la que deslumbrar y la sutileza con la que enamorar. Su delicada pluma es una extensión de su posicionamiento en el mundo. La palabra, cualquiera, que utiliza en un libro es una estudiada y fingida pose. Wilde dibuja en el papel, en forma de letras, toda la belleza de la que es capaz. Y es mucha. Pero no es la belleza rudimentaria, basta, bruta. No. Es la delicada, la esnob, la creada artificialmente, la sutil, la que se compone de pequeños e  insondables detalles. Oscar Wilde es el refinamiento en la palabra y la delicadeza en la mirada. Y todo el que se acerque a él debe haber bebido en sus mismas fuentes, las del esteta,  si no lo desvirtuará y lo falseará.
La primera película que se hizo sobre el genial libro (dirigida por Albert Lewin) está imbuida del espíritu wildeano. Como si el propio irlandés la hubiera dirigido. La segunda, la dirigida por el director Oliver Parker, es la antítesis del libro, y del propio Wilde. Es vulgar, evidente y de una claridad visual insultante  y previsible. Wilde nunca muestra, siempre sugiere. Un esnob huye de la mostración a la vez que adora la sugerencia. Las personas de buen gusto también.
Acabaré con un epigrama  en el que homenajeo al rey del aforismo: “Si uno está enamorado debe casarse, si después de casarse sigue enamorado, debe divorciarse”.
Es probable que el aforismo anterior sea uno de esos falsos que se terminan asentando con delectación en la sociedad. O puede que no. Puede que sea una de las pocas verdades que he escrito en este blog. O puede que no. Ustedes juzgarán.
Yo, por si acaso, nunca me tomo muy en serio.

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