jueves, 30 de junio de 2011

Verano azul

Llega el estío de la mano de sus dos habituales acompañantes: la luz y el calor.  Y también llega mi momento: el del descanso… ¿definitivo?
Desde que creé el blog he mantenido una relación con Internet que, cual romance que se marchita, ya anuncia su pronto final.  La Red ha sido esa novia que gusta, que seduce, que atrae, pero que complica y tuerce el gesto de nuestra vida. Es bella, pero ingrata. Es atrayente, pero destructiva. Es…lo que no necesito.
Voy a alejar durante dos meses mis pensamientos, no siempre afortunados, de la inmediatez de la blogosfera. En septiembre me volveré a pronunciar. Anunciaré si abandono definitivamente o sigo otro año. Este verano lo  quiero dedicar a M., a la familia, a los amigos, a la lectura, a la escritura ...a mí. A Internet no.
Un abrazo a todos los que me habéis leído. Mis mejores deseos.
Ariel Elea.

miércoles, 29 de junio de 2011

Impresiones

Platón sitúa el alma fuera del cuerpo. Descartes une a tan inseparables compañeros mediante la glándula pineal. Yo, con un discurso más prosaico y visual,  sitúo el alma en la expresión facial. Y afirmo: el alma de cada ciudadano es la expresión de su rostro.
Cesare Lombroso señalaba la concepción del delito como resultado de tendencias innatas, de orden genético, observables en ciertos rasgos físicos (asimetrías craneales, arcos superciliares) que derivaban en la fisionomía, esto es, en ciertas expresiones faciales. Lombroso los llamaba criminales natos.
Yo no voy a hablar de criminales, ni de Cesare Lombroso, ni de Descartes o Platón, sí lo voy a hacer sobre las expresiones faciales y los gestos como desveladores, mostradores,  de eso que llamamos personalidad.
Y para que mi análisis no quede circunscrito a la vaguedad traeré a colación dos momentos del presente que ilustran mi artículo y otorgan concreción a mis afirmaciones.
Decía Oscar Wilde que no hay una segunda oportunidad para una primera impresión. Y me temo que así es. Los representantes de Bildu son, en esta ocasión, las víctimas del epigrama de Oscar Wilde. Y aquí no se habla de belleza o de fealdad, se habla de cuestiones más inefables y, por lo tanto, más sutiles. Bildu tiene una cara y un discurso. El discurso siendo peligroso, no es lo importante. Lo reseñable es la cara, más que ella su expresión. La expresión facial de los de Bildu no es limpia, no es serena y no es inteligente. El sastre que ha confeccionado esta expresión con la que se visten sus ajados corazones no entiende de estilismo. No ha sabido dotar a dicha creación con las delicadas armas de la bondad, de la generosidad o de la humanidad. Yo aprecio desdén y odio. Y me preocupa. Me causa temor que sus expresiones me sugieran de manera tan clara, no hay lugar para la duda, todo lo anterior. Wilde nunca los hubiera votado, yo tampoco, el pueblo vasco lo ha hecho…ellos sabrán. Estéticamente no pasan la prueba, Lombroso los hubiera condenado, ideológicamente tampoco.
El otro momento del presente al que solicito su presencia es el que tiene que ver con el debate sobre el estado de la nación. El histrionismo que vimos ayer en nuestra sagrada cámara de representación también es indicador del tipo de político que vive en las instituciones. Cuando las respectivas “bancadas” se levantaban a vitorear a sus líderes, se constataba, una vez más, el alejamiento de la realidad de los políticos. No era, aunque para ellos sí, una batalla de sofistas lo que allí se dilucidaba, era el futuro de España. Pero...ellos, debido a la miopía con la que observan el futuro,  no contemplan desde su atalaya privilegiada la verdadera cuestión en juego: España. El histrionismo es una señal de “decadence”. Sólo al que ha perdido la fe en lo que afirma, al que no le asiste la razón, al que no argumenta, lo visita el estridente, exagerado y fuera de lugar, gesto histriónico.
Ni la expresión facial de los de Bildu, ni el histrionismo de nuestros políticos. La estética de este país no está a la altura de los tiempos. El alma de nuestros políticos ya no cimbrea movida por la ilusión y los ideales. Es hierática y rígida.  Y, en algunas ocasiones, fea.

viernes, 24 de junio de 2011

Mea culpa

Freud hablaba de los mecanismos de defensa del ser humano como algo necesario para reducir, minimizar, e incluso intentar hacer desaparecer, las consecuencias de sucesos estresantes que ponen en peligro nuestra estabilidad emocional. 
Estos mecanismos de defensa del “yo” son siete u ocho, según se incluya o no el de “represión” entre ellos. Aunque según Ortega éste tenía tanta fuerza y era tan importante que había que distinguirlo de los otros y situarlo en una categoría aparte.
Yo, sin embargo, quiero fijar mi atención en otro no tan importante, y para eso llamo a mi presencia al de racionalización, mecanismo de defensa que consiste en justificar las acciones del propio sujeto. Se trata de dar una explicación “lógica” a las decisiones, sentimientos y pensamientos que provocarían sentimientos de culpa o rechazo. Es decir, justificar nuestros errores para hacer más llevadero nuestro caminar diario.
He llamado a Freud a filas, a la primera línea de batalla, para que me sirva de apoyo teórico en lo que, a continuación, voy a intentar exponer. El vienés, denostado por muchos, goza de mi estima intelectual.
La situación en España es terrible: cinco millones de parados, personas que han sido obligadas por los bancos a abandonar su vivienda, políticos corruptos que han saqueado las arcas públicas, un pueblo que apenas es escuchado, defensores de asesinos en las instituciones, recortes sociales sin igual en la historia de la democracia, situados en los últimos lugares en el informe PISA (programa internacional para la evaluación del estudiante), además de cuestiones varias.
El movimiento Democracia Real Ya ha surgido, entre otras cosas y simplificando un poco la cuestión, para hacer frente a lo anterior, a una serie de injusticias que el pueblo ha sufrido sin culpa alguna, sin merecerlo. ¿Sin culpa alguna? ¿Sin merecerlo? He aquí el quid de la cuestión y es aquí donde dirijo el aguijón de mi discurso.
Evidentemente,  nadie quiere que ningún ciudadano pase hambre, que sea desahuciado de su casa, que sufra amenazas terroristas, que esté en el paro, que … Pero, ¿qué parte de culpa tiene el ciudadano en lo anterior? Me temo que alguna.
Democracia Real Ya tiene razón en su indignación. Pero, ¿hemos hecho análisis exhaustivo de la parte alícuota que en la culpa de lo ocurrido tenemos los españoles como entes individuales, o se ha utilizado el mecanismo freudiano de racionalización para eliminar nuestra parte de culpa y asignársela a los demás, llámese Sistema, Gobierno, Mercado, o como se quiera llamar? Veámoslo.
Al Gobierno más… (el adjetivo colóquenlo ustedes) de la historia democrática de España lo votaron 11 millones de personas. Ahí encontramos 11 millones de culpables que ahora están en la calle eximidos de culpa y solicitando que paguen los culpables. Yo he de pagar por ese voto. No soy culpable, pero acepto las consecuencias de la culpa colectiva. Llevo soportando a este Gobierno siete años. Y no acuso yo, acusa el fiscal de la realidad.
Los bancos han sido acusados de todo. Y, posiblemente, con razón. Pero ¿quién nos ha obligado a nosotros a ir a pedir al banco un préstamo que sabíamos, casi con seguridad, que necesitaríamos toda una vida, o más,  para poder pagar? Por qué no hemos adoptado el modo de vida europeo en el que el alquiler se impone a la compra de la vivienda. Nadie nos obligaba, siendo “mileurista”, a comprar unas viviendas económicamente sobredimensionadas. 
Bildu ha llegado a las instituciones. El sistema político y judicial tiene bastante que decir sobre ello. Pero, preguntémosle ahora a los vascos. ¿Quién ha puesto a los de Bildu en las instituciones? Ellos. Sí, en este tiempo presente, el de corto alcance visual, contestarán que ellos mismos. Pero cuando esa mezcla de nacionalismo atávico y socialismo del XVIII les lleve a la ruina, saldrán a las calles para echarles la culpa a los demás, al Gobierno, a España, a las instituciones, a sus vecinos, pero nunca a sí mismos.
Por todo lo anterior, reivindico en todo acto de pensamiento un poco de autocrítica. Comprendo y acepto que la gente esté indignada con el sistema político y con los políticos, pero también digo que, en muchos casos, debemos dirigir esa indignación hacia nosotros. Porque cada uno, como persona responsable de sus decisiones, y en honor a la verdad, debe dejar de lado la “racionalización” y aceptar que somos tan culpables de que hayamos llegado hasta donde hemos llegado, como las instituciones. Y lo peor de todo, es que aún no hemos llegado. Queda camino por recorrer  y me temo que está jalonado de obstáculos.
Por eso yo, desde aquí, entono el mea culpa. Está bien mirar hacia los demás, pero no debemos olvidarnos que al primero que uno debe mirar para la crítica es a sí mismo. Sólo el  reconocimiento de nuestros errores nos otorga la honestidad moral suficiente para poder exigir a los demás que ellos también los reconozcan y rectifiquen.
Decía Ortega: “yo soy yo y mis circunstancias y si no las salvo a ellas no me salvo yo”. Pues bien, nuestras circunstancias son España. Y muy pocos son los que han ejercido de adecuados socorristas. La circunstancia llamada España ha sido superior a nosotros. Los españoles no hemos estado a la altura de nuestro tiempo. No hemos sabido leer su realidad.
Las circunstancias han vencido y el tributo que debemos pagar el tiempo lo dirá…o lo está diciendo ya.
  

viernes, 17 de junio de 2011

Paideia, paideia, paideia

Se viven tiempos convulsos. Movimientos paralelos a la política oficial luchan por ocupar su espacio en la plaza pública. Se ha pasado de la palabra a la acción. Ya no vale el debate vano y enconado entre contertulios varios y dispares. La palabra, siempre intangible y casi siempre vacua, ha sido sustituida por la firmeza y la rotundidad de la presencia física.
He hecho que mi pensamiento se pronunciara en dos ocasiones sobre el movimiento conocido como “Democracia Real Ya”. Apelando al castizo refranero español, debe haber una tercera.
Reconozco que mis ideas sobre la cuestión han zigzagueado como un barco en alta mar. Ahora ya no. Mi pensamiento ha tocado tierra firme, y desde la serenidad que me provoca la firmeza de ese suelo compuesto por distancia y lejanía percibo la verdadera realidad de tal movimiento.
Sería muy fácil, después de ver los últimos acontecimientos, atacar dicho movimiento y cebarme con él. Sería fácil y erróneo. Hay que estudiarlo desde su nacimiento, no desde las consecuencias que su propia idiosincrasia están produciendo.
El estado actual del pueblo es el de indignación y ese estado vital es importante para alguien que quiere reaccionar. Sólo desde lo profundo de nuestros sentimientos, la indignación, podemos emerger con la fuerza necesaria para intentar cambiar nuestro destino, ya sea individual o colectivo. Hasta ahí estoy de acuerdo. Ya dije que el emotivismo me hacía ser simpatizante de este movimiento. Pero esa es la simiente de nuestra tierra. No la raíces. Y son éstas las que nos van a decir si nuestro huerto será abundante en frutos o devendrá tierra baldía.
Las raíces son la gente y he aquí que empiezo a sospechar el erial en el que se va a convertir el terreno. Ya Ortega y Gasset anunciaba, con gran desesperación, la aparición del hombre-masa en 1930. Y lo que anunciaba, con mucha precisión y fineza D.José, casi un siglo después no ha hecho más que florecer con inusitada e insultante frecuencia. El hombre actual, alejado de las fuentes de ambrosía de la cultura, es sospechoso de todo. Matizaré de dónde proceden mi acusación y mis sospechas.
La separación entre ciencia y cultura, la especialización del saber, la anulación o infravaloración de los valores clásicos (respeto, bondad, educación), las nuevas formas de socialización (Internet), la preponderancia de los medios de comunicación como fuentes de opinión (sociedad de la manipulación en muchas ocasiones), el poco valor que otorga la sociedad a la Educación, la…, dibujan la aparición de un ciudadano que es sospechoso de no poder dar las respuestas adecuadas, más que adecuadas, valiosas,  a lo que el tema de nuestro tiempo requiere. El hombre-masa que decía Ortega en la modernidad ha pasado ahora, en esta nueva suerte de tiempo inclasificable, algunos dicen postmodernidad, a ser otra cosa. Algo más descafeinado y, a la vez, más rotundo. Su discurso es más ligero y básico y, sin embargo, más radical y exigente. El hombre actual exige. Tiene muchos derechos y pocos deberes. Pide, pero no da. Habla, pero no escucha. Recoge, pero no siembra. Y creo que ese no es el camino por el que debe transitar.
Creo en el hombre individual. No creo en los hombres. Sólo una completa regeneración de la sociedad, llevaría mi pesimista pensamiento en otra dirección. Y esa regeneración sólo puede venir desde un lugar casi ignoto: el hábitat de la Educación.
Sólo la Educación puede regenerar España. Pero eso no le importa a casi nadie. Ni el gobierno habla de ella, ni los indignados tampoco, ni los trabajadores, ni los estudiantes, ni…Y les puedo asegurar, soy profesor, que la educación en España es… pésima.
Creo en la indignación como valor para el cambio. Creo en el individuo, no creo en la gente, no creo en la masa y no creo en el movimiento. Sí creo en la Educación y en el hombre que acude a ella para posicionarse con cierta dignidad en el mundo.
Mientras que la tierra de cultivo en la que se asienta España no tenga las raíces que generan una adecuada y valiosa Paideia, mantendré la opinión de que no espero nada de la masa. Bueno, sí. Nada bueno.

jueves, 9 de junio de 2011

El último encuentro

El último encuentro.  “Úl-ti-mo”. La sílaba “Ul lleva nuestra lengua, con un fuerte impulso, hacia arriba, a una violenta visita al paladar. Como si la memoria, de manera arrebatada y furiosa, nos llevara al pasado. “Ti” es la sílaba que quiere escapar, que lucha con pudor por salir fuera, es casi exterioridad, el presente nos requiere. “Mo” es ya el futuro. Hemos expulsado de nosotros la palabra y ya no nos pertenece. En esa palabra está toda nuestra existencia. Presente, pasado y futuro que narran lo que hemos sido y lo que somos, y anuncia lo que seremos, que en algunos casos, como en el del protagonista de la novela que da título a esta entrada,  es sólo fugacidad y recuerdo.
El último encuentro es un título magnífico, desgarrador incluso, de una novela que se nos presenta como uno de los mejores homenajes que la sensibilidad  ha hecho a la literatura.
Como todas las grandes obras que han sido cinceladas por las delicadas manos de un autor, le cuesta coger forma. Unas primeras páginas buenas, pero no sublimes, nos introducen en la sala de estar de la maravillosa casa que hemos de visitar. La casa en la que el tiempo se detiene y la palabra, con una lenta y delicada cadencia, nos hace las veces de encantador cicerone. Un lugar en el que la palabra se alía con la belleza y con la justeza. Nada sobra ni nada falta. Cada coma, cada punto, cada palabra y cada silencio están en el lugar en el que deben de estar.
La novela no habla de la verdad, tampoco de los hechos, ni de la realidad. La novela habla de una cosa mucho más importante: de la amistad. Lo curioso es que de la amistad no se puede hablar…todo lo que se diga sobre ella es mentira. La amistad es, sobre todo, silencio. Y he aquí la magia de Márai. Ha sabido crear palabra de cada silencio del que está compuesto la amistad.
En una entrada anterior ( http://arielelea.blogspot.com/2011/04/la-impaciencia-del-corazon.html) recomendaba La impaciencia del corazón de Stefan Zweig. En los comentarios de esa entrada le decía a un amigo que pronto le hablaría sobre otra gran novela. Pues, estimado Juan Antonio, aquí está. Si La impaciencia del corazón nos mostraba, cual mundo inteligible, lo que era la compasión, El último encuentro va a hacer lo mismo con la amistad.
El último encuentro sugiere lejanía, ausencia y dolor. El último encuentro como libro sugiere…no sugiere, es... puro deleite.