sábado, 30 de abril de 2011

La banalización de lo sacro

Siempre he respetado la religión y sus símbolos. Puedo estar más o menos de acuerdo con lo que representa y lo que significa, pero nunca he manifestado ni mostrado desdén, falta de respeto o cualquier gesto o palabra que pueda ofenderla. No es mi estilo.
Acaba de pasar la Semana Santa y apenas se ha dejado sentir en las calles. La lluvia, que hoy también ameniza el día con su irregular cadencia, lo impidió.  Y es una lástima, por muchas y variadas razones. Incluso por una tan prosaica como la de escuchar las “marchas” de procesión. Mektub es mi preferida.
Sigamos con lo religioso. El domingo de resurrección, quizá uno de los dos días más importantes para los cristianos, asistí a un bautizo. ¡Qué mejor día para unos padres criados en la fe!
Las iglesias siempre me han invitado a la reflexión, al silencio y al respeto. El gesto, de manera automática, se vuelve circunspecto y la meditación acude a mí. Es el lugar en el que más soy yo. Es como si se desprendiera lo mundano que hay en mí con sólo  cruzar el umbral de lugar tan santo. Aunque es verdad que lo visito muy poco. Continuo. Fui con M. al bautizo. Nos sentamos en un banco situado a unos diez metros del púlpito. Mientras, el cura ultimaba sus preparativos oratorios. Cinco minutos que sirvieron para que mi natural curioso ejerciera de atento espectador.  Y esto fue lo que observé: poco decoro en la vestimenta, excesivo ruido e incontinencia verbal. He de decir que tampoco me sorprendió en exceso. Soy profesor y aprecio con bastante frecuencia la falta de educación de este gremio (sobre todo en los claustros de profesores). Gremio que debería llegar a la excelencia en la educación. Continuo. El cura dio comienzo al bautizo, pero las voces de los invitados seguían interponiéndose entre la homilía y el silencio. Inaudito. Después, ya en la mostración de la banalización de lo sacro, nos requirieron para que hiciéramos las fotos del bautizo al lado del púlpito. Imágenes religiosas, algarabía, risas, fotos, formaban parte de la nueva realidad. La técnica había invadido el lugar del enemigo…  Y nadie dijo nada.
Es esa nueva realidad que se está formando con inusual celeridad. Esa realidad en la que lo sacro, lo profano, lo místico, lo irracional, lo lógico y lo laico, se mezclan en una suerte de nueva religión. La dicotomía no es lo sacro y lo profano. Ya no existe esa tesis-antítesis. Ya ha emergido la nueva síntesis: la banalidad de lo místico.
La familiaridad, la cercanía con la que la gente se acerca a la iglesia, a lo sacro, a lo místico, viola y destroza su majestuoso silencio, el respeto que infunde y su señorío.  No hablo de las creencias de cada uno. Es un ámbito privado. Sí hablo de la facilidad con la que la banalidad y lo irrespetuoso han entrado en el mundo.  La relación que guardamos con la Iglesia ilustra el resto de relaciones. Todo está un poco “descafeinado”. Los valores pierden el valor objetivo que le asignaba Max Scheler.  El planeta viaja demasiado rápido hacia la galaxia del relativismo. La mezcla de lo profano y lo sacro así lo muestran.
Por cierto, la niña estaba preciosa.

viernes, 22 de abril de 2011

El diablo sobre ruedas

Hay días que se anuncian como si de una bella ensoñación se tratara. Otros, los más, ya desde el umbral de su llegada muestran que el realismo será el que guíe nuestra bitácora existencial.
Mis últimas veinticuatro horas han tenido ensoñación y realismo. El esplendoroso, inusual y cálido sol que ha saludado mis primeros pasos me ha imbuido de un optimismo y una ilusión invencible. He llegado a pensar que ninguna realidad podía vencer a mi creado y sólido ánimo. Como siempre, el tiempo ha ido cercenando mis ilusiones y mis esperanzas.
Heme aquí que he tenido que  aventurarme en la conducción. Sí, la lejanía  a mi usual destino me ha llevado a introducirme en el vehículo, ponerlo en marcha y, por supuesto, desear que nada ocurra. Vanos deseos, he entrado en el mundo de la maldad. El diablo sobre ruedas acecha.
Nada más salir de la plaza de garaje accedo a una rotonda muy transitada. Reconozco que la circundo con un poco de temeridad. Aunque sé, o creo saber, que no hay peligro, el coche más cercano está a unos veinticinco metros.  Cuando estoy saliendo de la rotonda, un ruido estruendoso e inesperado llama mi atención. Es el conductor del coche cercano mostrando la sonoridad del claxon de su vehículo. A través del espejo veo que gesticula en exceso, casi de manera histriónica diría yo, mientras mueve los labios con una velocidad inusual. Al llevar las ventanillas cerradas no consigo descifrar su mensaje, aunque me temo que no me está deseando buenos días. Seguramente es familiar mío. Creo que hace referencia a alguien de mi familia, pero no estoy seguro. En fin…levanto la mano y le digo adiós. Qué quieren que les haga, soy muy cumplido.
Sigo por la ciudad y otra nueva rotonda sale a mi encuentro. La abordo con cierta inquietud y temor. No sé qué me voy a encontrar. Puedo incorporarme a ella, el coche más próximo aparece en mi campo visual a unos cuarenta metros, no obstante decido esperar. Por si acaso. Esperando estoy cuando el coche que está detrás de mí toca el claxon. Vuelvo a mirar por el espejo y veo que el conductor, aunque no es el de antes, también gesticula de manera muy llamativa y mueve los labios. Intento comprobar si es tan cumplido como el anterior y también se acuerda de mi familia. Pero no. Este es de discurso diferente, apela a mi supuesta oligofrenia. Idiota, me llama. Yo, al principio un poco sorprendido, comprendo lo ocurrido en las dos rotondas. No he conducido según los cánones impuestos por los conductores anteriores, y han decidido insultarme. El primero se acordaba de mi familia, el segundo, ya con más confianza, directamente de mí. Por supuesto, siempre en sentido peyorativo. Y yo me pregunto, ¿qué hay en los coches, en la conducción, que hace que un ser humano “normal” se convierta en un “diablo sobre ruedas? Y yo me contesto: la frustración.
La frustración que acumulamos a lo largo del día o la semana ha de tener “salida” de alguna manera. ¿Y qué mejor lugar que en el coche? Ahí podemos hablar, gesticular, insultar, odiar…y escapar.  
En el coche es donde el Dr. Jekyll pasa a ser Mr. Hyde. Seres tranquilos devienen, con una velocidad pasmosa, en conductores agresivos y maleducados. La conducción puede servir de ejemplo sociológico para comprobar la supuesta “salud” de nuestra población. Estamos nerviosos, agresivos y tensos. La autovía de la cultura no está bien asfaltada: pequeños socavones, el “firme” en mal estado y una señalización errónea dificultan nuestra conducción. O modifican la autovía de la cultura, o cambia nuestra forma de circular por ella. Nuestra salud emocional está en juego.
La conducción agresiva es una metáfora de la época en la que vivimos. Y quizá nuestra forma de conducir también sea una metáfora de quiénes somos nosotros. Ya decía Freud en El malestar en la cultura que la sociedad estaba enferma, la represión de los instintos nos había hecho enfermar. Yo no sé si la causa que diagnósticaba el Dr. Freud como malestar de nuestra cultura es la acertada, lo que sí sé es que la sociedad no está del todo sana. Freud recetaba menos represión instintiva; yo, más modestamente, receto ... Bueno, que cada uno escriba lo que quiera.




viernes, 15 de abril de 2011

La impaciencia del corazón

Los seres humanos tienen debilidades. Yo soy humano, luego tengo debilidades. Este silogismo aristotélico sirva de preámbulo para mi siguiente reflexión.
El concepto “debilidad” tiene una acepción que camina de la mano de lo falto de vigor o fuerza,  y otra que pasea con la grata compañía del afecto. Yo, en esta ocasión, voy a ir a deambular con la debilidad entendida como hija de lo agradable o digno de afecto, o incluso amor, o incluso más allá.
La debilidad que hoy voy a abordar tiene un padre vienés, al que admiro. El hijo al que me voy a referir se llama La impaciencia del corazón y, como bien habrán adivinado los lectores, su padre es el prolífico y brillante Stefan Zweig.
La impaciencia del corazón es literatura, es filosofía, y es vida: es real. Nos acercamos a él y degustamos su prosa;  nos sumergimos en sus profundas connotaciones morales y saboreamos su lección de vida; y cuando hemos terminado su lectura, el libro empieza a formar parte de nosotros, asumiendo una vida que en un principio no poseía. Hofmiller, el protagonista de la novela. toma vida en nuestro corazón. Ya somos un poco él.
Es uno de esos libros, tres o cuatro en total, que merecen una liturgia especial. Debes abrirlo, leerlo, hacer una pausa, llevarlo a tu pecho, cerrar los ojos, acariciarlo, y después volver a abrirlo y repetir la misma liturgia. Su prosa te acaricia y tú lo debes acariciar a él. Se lo merece. Es ese nuevo hijo que  uno debe acunar con cariño hasta que duerme y descansa.
El libro habla de la piedad. O, mejor dicho, la piedad se ha hecho letra y nos habla a través de la prosa de Zweig. Platón hablaba de un mundo en el que estaban situadas las ideas perfectas de todo lo existente, el mundo inteligible. En el mundo terrenal, el que nosotros habitamos, sólo existían copias imperfectas de ese otro mundo. Pues bien, en La impaciencia del corazón existe el original de la idea de piedad. Bajó del mundo inteligible para posarse, y ya quedarse definitivamente, en la novela de Zweig. Si alguien quiere conocer lo que es la piedad, lea el libro. La verdad de la descripción de D.Stefan tiene más fuerza explicativa que la propia vida. Uno no necesitará vivirlo para comprenderlo. Ahora bien, si lo vive ¡cuántas emociones y recuerdos traerá la engatusadora pluma del vienés a su recuerdo!
Decía la mujer de Zweig, Friderike, que su marido tenía problemas en la composición de novelas “largas”. Es posible que sea así. Sus dos novelas de mayor extensión, La impaciencia del corazón y La metamorfosis de la embriaguez, sufren en su bello discurrir pequeños movimientos sísmicos. En la primera, La impaciencia…, debemos reconocer que cuando el personaje del doctor Condor relata cómo conoció a los Kekesfalva, sentimos que la explicación es prolija e innecesaria. Pero queda como pequeña anécdota ante la majestuosidad y grandeza de la novela; y del protagonista, el noble y digno de compasión y afecto Teniente Hofmiller.
Empecé el artículo hablando de la debilidad y así lo voy a acabar. Zweig nos muestra la debilidad que puede traer a nuestro corazón la piedad mal entendida. Puede ser peligrosa. De hecho, en italiano, el libro se tradujo como La pietá pericolosa. Título más certero, aunque menos sugerente.
La lectura de La impaciencia del corazón, permítanme el siguiente juego de palabras, trajo paciencia a un corazón que, en ese momento, estaba impaciente y débil. Gracias a Zweig encontró solaz y tranquilidad. Y eso es algo, como persona agradecida que soy, que siempre recordaré. Como dije en una entrada anterior, hay libros y hay amigos que siempre caminarán de la mano conmigo y con mi recuerdo. Éste es uno de ellos.


sábado, 9 de abril de 2011

Los mundos de Popper... y España

Afirmaba el filósofo Karl Popper que la realidad podía ser subsumida,  englobada, o dividida, en tres mundos (mundo uno o mundo físico, que incluye la materia y la energía, el tiempo y el espacio; el mundo dos, o mundo de la mente, se refiere a la conciencia y los procesos psicológicos; y el mundo tres, o mundo de la cultura, que incluye todos los productos del intelecto humano). El brillante epistemólogo no se equivocaba, pero quizá tampoco acertaba. "Los mundos" de Popper, como todas las clasificaciones, son producto de un momento histórico, y si éste deviene, puede ser que la clasificación varíe.
El momento actual requiere otro ordenamiento, sobre todo en España. La realidad es mucho más compleja que la restrictiva clasificación popperiana. En España existen muchos mundos en uno. Realidades paralelas que nos conducen y nos retrotraen al absurdo existencial que ya anunciaban los escritos de Albert Camus. Veámoslo:
El país está hundido económicamente. Las cifras del paro son las más altas de la historia, y su tendencia es seguir ampliándose. En España nos gusta ganar a todo. La educación escolar muestra unos resultados paupérrimos. Lo dice el informe PISA, y lo dice cada alumno cuando habla o escribe. Las Autonomías son una fuente de corrupción de las que nunca deja de manar dinero “sucio”. Cada nuevo día sale un viejo escándalo. Los asesinos de ETA forman parte de nuestra realidad, como si su presencia fuera consustancial a cualquier Estado de Derecho. Incluso, es posible, con la connivencia de unos magistrados, que entren a formar parte de nuestras instituciones. Los debates parlamentarios giran en torno a disputas de “patio de colegio” entre nuestros representantes políticos. Con el esperpento añadido de que los “voceros” de cada partido jalean las intervenciones de sus líderes. Olvidándose de que su función allí es la de representar al pueblo español, velar por sus intereses. Sin embargo, parecen hinchas de fútbol (perdonen los hinchas por la comparación) jaleando a sus equipos. Esa es nuestra clase política. Los bancos y cajas pierden dinero a raudales, quitan casas a diestro y siniestro, son los nuevos ladrones de guante blanco, y qué hace el Estado: los subvenciona. El pueblo pasa hambre (Cáritas atendió el año pasado a 800.000 personas) y los eurodiputados votan si vuelan en “primera” o en “clase turista”. Por supuesto, eligen volar en “primera”. Los errores de un Presidente que cada vez que habla…miente (no sé si por incapacidad o adrede). El caso “Faisán”, el caso “Gurtel”, el caso “Brugal”, los “EREs de Andalucía”, el bochornoso hundimiento de Caja Castilla la Mancha, el escandaloso patrimonio del “socialista” Bono, las tropelías de Rubalcaba, la excesiva suerte de Fabra ( le ha tocado la lotería seis veces), los “líos” de los hijos de Chaves, el caso “Malaya”, los… ¿Dónde metemos a toda esa España? En los tres mundos de Popper es imposible. Es una clasificación demasiado restrictiva. España es demasiado compleja para una clasificación. Y saben lo que más me extraña de todo,  lo que me hace calificar a España de compleja, que pese a lo anterior, el pueblo se conforma con tomarse una cerveza y comentarlo. Nunca pasa nada. Los escándalos sirven para rellenar periódicos y facilitar las tertulias. Sólo, y nada más,que para eso.
Somos un país sin conciencia política, sin justicia social, sin convicción democrática. Un país que, o cambia, o perecerá. El absurdo está anidando con demasiada fuerza en nuestras vidas. Ocurre de todo, pero no pasa nada.
Como decía el bueno de Manolo Escobar: “….me lo robaron, estando de romería”. España es una continua romería. Pero la romería se acabará algún día, y cuando la fiesta termine y nos encontremos con el nuevo amanecer, es posible que de nuestra querida España sólo nos quede el nombre y la mirada de estulticia que le queda al que se lo han quitado todo y, aún sabiéndolo, ha preferido mirar hacia otro lado.


viernes, 8 de abril de 2011

Para toda la vida...y un poco más

La vida tiene sus momentos, sus años, sus semanas; incluso, y sobre todo, sus segundos.
Los segundos son las fracciones de tiempo más decisivas: en ellos nos jugamos algo tan importante, absurdo, efímero y sublime como es la vida. Pero yo hoy no les voy a hablar de segundos, ni de minutos, ni de otra fracción de tiempo. Sí de libros que llegan a nuestra vida en un tiempo determinado. Un tiempo que requiere un libro, y no otro. También de amigos.
Los libros, al igual que los amigos, tienen su época, su ritmo y su particular diálogo. Hay amigos para la infancia, para la juventud, para la edad adulta, para la vejez, y hay amigos para siempre. Con los libros pasa igual, todos tienen su época, excepto aquellos que son atemporales. Valen para una época y valen para toda una vida.
Mi yo, ambicioso como es, tiene de todo. Ha tenido amigos en todas las épocas y tiene amigos para toda la vida. Con los libros le pasa igual. Los ha conocido fascinantes, encantadores, brillantes y, también, memorables. Como esos amigos que son para la eternidad.
Los libros memorables que nos acompañan no son muchos; los amigos tampoco. Es ley de vida y es ley de literatura.
Ahora bien, la belleza de esos libros y la lealtad de esos amigos son dos de los mejores tributos que la vida hace al ser humano. En los últimos días, esos que nos acercan al final, es posible que sólo nos quede el recuerdo. Y sé que en ese recuerdo aparecerán algunos de esos libros. Y, por supuesto, lo más importante, sé, quizá haya sido lo más destacable de mi existencia, que también aparecerán esos amigos.
Pasan los días y pasa la vida, no pasa el recuerdo: discurren años, pero quedan libros y amigos.  Los libros los llevo en la memoria, los amigos, en un lugar menos prosaico: mi corazón.

viernes, 1 de abril de 2011

Sinfonía en Do menor

Escribía Beethoven sobre el comienzo de su Quinta Sinfonía, esa en la que tres trágicas y sonoras notas desembocan en una cuarta grave que las envuelve y las magnifica, que era como el destino cuando llama a nuestra puerta invocándonos una respuesta, esa en la que nos va la propia vida. Como cuando él decidió, a los 42 años (fue el momento en el que oyó con trágica rotundidad su propia música) retirarse del mundo y dedicarse únicamente a componer. Su último fracaso emocional lo empujó a ello, para deleite nuestro.
Es verdad que el destino amenaza con llamar a nuestra puerta en numerosas ocasiones; pero sólo amenaza. El destino es nuestro Mefistóteles particular, y sólo una vez, recuérdenlo bien, sólo una, llama de verdad. Es el momento en el que el magnífico comienzo de la Quinta Sinfonía se nos hace presente esperando una respuesta. Hasta entonces sólo oiremos conatos de llamadas, música que sin vigor impele a nuestros oídos en busca de respuesta. Pero el destino tiene el vigor y la sonoridad del “Sol-Sol-Sol-Mi bemol”. Ese comienzo de la Sinfonía en Do menor en el que tres cadenciosas y repetitivas notas nos conducen hasta una cuarta, redonda y profunda, suspendida en el aire, que anuncia que ha llegado el momento de la verdad. Cuando oigamos ese triple Sol que anuncia la llegada del Mib, debemos saber que estamos en el momento decisivo de nuestra vida: ya no hay marcha atrás. El destino implora la respuesta definitiva.
Hasta que llega ese decisivo instante, la vida es como la Séptima Sinfonía de nuestro admirado maestro: suave, delicada y bella. La vida, como la música, avanza cadenciosamente, envuelta en un halo de agradable complicidad con nuestras ilusiones. Por momentos, la música, al igual que la vida, nos sobresalta, para después volver a su sugerente y envolvente melodía. La vida, al igual que la música, es inextricable. No es razonable, es sintiente. La música, al igual que la vida, es un canto a la armonía. Nada sobra, nada falta, nada es necesario…excepto la música y la propia vida.
Pero se acaba la Séptima, siempre he afirmado lo efímero de lo bello, y llega la Quinta Sinfonía, siempre llega, y nos hace la pregunta definitiva.  De nuestra respuesta depende nuestro futuro. De la sinceridad de esta respuesta depende nuestra verdad: cumplir aquel famoso adagio de Píndaro: llega a ser el que eres.
Y ahora, perdónenme, mientras me llega el momento, ése en el que las cuatro notas inquirirán mi verdad, me seguiré deleitando con la Séptima Sinfonía en La mayor. Es posible que se hayan escrito cosas mejores y más bellas, es posible. Pero ninguna me sugiere lo que ésta Sinfonía: heroicidad, valentía, lucha y belleza. ¿Acaso existen valores que nos acerquen más a lo sublime? Ahora bien, si nos conformamos con lo simplemente bello, me permito recomendarles la Tercera Sinfonía (Heroica). Ésa que compuso pensando en Napoleón.
Ya deciden ustedes: ¿lo bello o lo sublime? ¿Tercera o Séptima? ¡Y, atención, la pregunta definitiva!: ¿Sol-Sol-Sol-Mib?