Tres figuras pululan por la intelectualidad española con desigual descaro: prolifera el inculto, aumenta el seudointelectual y tímidamente, como no podía ser de otra manera, aparece el intelectual. El discurso del intelectual nunca es rotundo, es dubitativo, como lo son las certezas de la existencia.
El ágora actual es la televisión, esa es la plaza pública que nos muestra a las figuras antes señaladas: el que no está en el <<ente>> no tiene realidad. Sólo la televisión confiere vida pública.
El inculto es un tipo de persona que suele tener mucha presencia en los realities y en programas de entretenimiento. También, por supuesto, prolifera en la clase política. El intelectual apenas aparece, quizá en algún programa que se emita en horas de baja audiencia. No interesa. Su discurso es denso y sin premuras. El seudointelectual es el que me interesa ahora y el que va a recibir el latigazo de mi pluma y el castigo de mi pensamiento.
Es un tipo de personaje cuyo hábitat natural, según él, es el saber. Nunca oiremos de sus siempre abiertos labios expresiones como <<no lo sé>> o <<sobre esa cuestión no me puedo pronunciar>>. Es asertivo, rotundo y huye de la duda con la misma celeridad con la que exige su turno de palabra. A veces, en un exceso de modestia inesperado comienza con un <<no sé mucho sobre la cuestión>>; y cuando ya creemos de manera esperanzadora que confesará su ignorancia sobre el tema y que no se pronunciará, prosigue con un desalentador <<pero…>>, y termina dando su vacía y falsa verdad que deviene afirmación irrefutable…¡y valiente el que se atreva!
El seudointelectual forma parte de la fauna que habita en los programas de debate en televisión, también en radio. Es peligroso. Muy peligroso. Puesto que el ignorante que desconoce su ignorancia es doblemente ignorante.
Ya me gustaría que este seudointelectual blandiera las espadas de la sinceridad y de la honestidad y dijera un claro y valiente <<no lo sé>>, sin <<peros>>.
En fin…no sé…pero creo que no me he equivocado mucho en mis apreciaciones.
Posdata: Ya lo dijo el ágrafo Sócrates: el primer paso para la sabiduría es reconocer la ignorancia.