lunes, 31 de enero de 2011

Hoy voy a pensar

He dormido bien. La noche ha transcurrido entre plácidos sueños. Mi levantar sereno y sin cansancio así lo atestigua. Desayuno con la voracidad necesaria, con la intención de que el día no me pueda. Engalano mi cuerpo con la ropa adecuada para no sentirme incómodo. Llego a clase, abro la puerta, saludo a mis alumnos de Educación Ético-Cívica, dejó el maletín encima de la mesa y comienzo una clase que presiento agradable e instructiva. Nada en el ambiente me indica que no pueda ser así.
Hablo de los clásicos griegos. Un recorrido diacrónico, comenzado en Sócrates y acabado en Epicuro, ocupa la hora de clase. Ellos me han mirado atentos. Incluso en alguna ocasión me han interpelado para que aclarara alguna cuestión. Yo me siento bien…eufórico podría decir. He impartido una lección de la que me puedo jactar (vanitas vanitatis et omnia vanitas). He mostrado mis cualidades como profesor…y, lo que es más importante, ellos las han mostrado como alumnos.
La ataraxia epicúrea ha llegado a mí. Estoy orgulloso de ser profesor y de mí. Recojo el maletín, lanzo al aire una pregunta retórica, ya es la hora y no espero contestación: <<¿Algún comentario?>>. Una alumna, de las mejores de la clase, pregunta, en esta ocasión no de manera retórica:<<“¿Y esos griegos, qué pasa, que un día se levantaban y decían: voy a pensar?>>. Antes de que pueda procesar la pregunta y su posterior respuesta, el timbre zanja la cuestión. Avanzo hacia la puerta, la abro, me despido de ellos y dejo en la clase toda la ilusión, la ataraxia y la felicidad que unos minutos antes habían anegado mi alma. Salgo al pasillo, vacío y sin fuerza. No tengo ánimo ni para preguntarme qué me pasa. Un comentario no malintencionado de la alumna lleva a mi yo a formularse un descorazonador: ¿para qué?  Si por lo menos mis alumnos se levantaran un día, como esos griegos que decía ella, y dijeran <<voy a pensar>>… yo ya me daría por satisfecho. Pobres griegos… pobre sistema educativo… pobre profesor.

sábado, 29 de enero de 2011

La tríada hegeliana

El maniqueísmo, la doctrina que defiende que dos grandes fuerzas - el bien y el mal- dirigen a la humanidad, se instaló siglos ha en la sociedad en forma dicotómica y ya nunca nos abandonará. Cambiará el concepto, pero la dupla seguirá ahí. Se llamará bien-mal, guapo-feo, Madrid-Barça, listo-tonto, derecha-izquierda, PP-PSOE, rico-pobre, Heráclito-Parménides, movimiento-quietud. El nombre es lo de menos, pero la lucha de dualidades seguirá existiendo. Es la tesis-antítesis hegeliana, sólo que sin síntesis. Existirá algo y su contrario. Y el uno avanzará con el otro y viceversa. Es así. La historia nos lo ha contado a lo largo de los siglos y nosotros la hemos escuchado.
Hay una dualidad, no señalada antes, que está otorgando realidad a la síntesis hegeliana. Si la lucha de conceptos anteriores se quedaba en una disputa en la que los afectados apenas se rozaban, seguían manteniendo sus privilegiadas posiciones epistemológicas, cada bando era verdadero para sí mismo, hay una nueva dualidad que amenaza con hacer aparecer la síntesis. La historia hegeliana anuncia su verdad y el espíritu augura la llegada de su pronto presente.
Los polos que se están estirando en busca de uno nuevo que alumbra el final del camino histórico son el de Estado y el de sociedad. Desde ambos campos se está fraguando la lucha definitiva. Una cruenta batalla en la que la síntesis de los feroces enemigos, antaño amigos, alumbrará un nuevo y terrorífico concepto para la humanidad.
El Estado se ha alejado de su contrario: la sociedad (al principio no eran rivales. Después sí. Y ahora son algo más). Ha vivido de espaldas a ella, al margen, siempre distante y frío, tan lejano, que ya toma sus decisiones sin tener en cuenta a ésta. Y la sociedad está tan defraudada, tan desilusionada y enfadada que amenaza con hundir al anterior, en una suerte de rebelión social de alcance desconocido.
La pregunta es: ¿cuál es el nuevo concepto, la síntesis que puede salir de esa dualidad que ha sido erosionada por la propia realidad? El concepto puede ser caos. ¿Y después del caos? Supongo que aparece una nueva dualidad: caos-orden. Y de ahí una nueva síntesis: sociedad.
Al final aparece el bueno de Nietzsche con su legendario eterno retorno. Sí, todo cambiará para que todo permanezca. Pero, ¡cuidado¡ El cambio destrozará mucho de lo que encuentre en su camino. Sin remisión y sin piedad. Caerán ciudadanos inocentes, pobres, marginados; pero también políticos incapaces, corruptos, sinvergüenzas y analfabetos. La distancia en la polaridad se ha hecho demasiado grande. Y sólo hay una forma de que el proceso no sea irreversible. ¿Cuál? Tener otra clase política… Sí. Lo dicho, el proceso hacia la destrucción de la sociedad civil es irreversible.
No será la toma de la Bastilla. El ciudadano español no tiene conciencia política. Pero que se preparen el Bernabéu y el plató de Sálvame. No tardarán en ser asaltados.

martes, 25 de enero de 2011

Momento de cosificación

Hay experiencias que vistas desde la lejanía son dignas de ser admiradas. Pero la admiración sólo soporta y aguanta la distancia. La cercanía cercena toda su aura.
Desde pequeño he sentido cierta idolatría por los escritores que, parapetados en su caseta, firmaban con su elegante caligrafía sus magnas obras. Por momentos me hubiera gustado ser uno de ellos. Recibir la sonrisa y el agasajo del público. Ver en la mirada del lector el triunfo de mi obra.
El tiempo y mi forma de asentarme en la realidad me han llevado a escribir, a querer contar historias y narrar apreciaciones personales. También he devenido escritor firmante. Hace un año me enfrenté a ese anhelo cumplido.
He ahí que cambió mi forma de percibir la deseada situación. El escritor no es el que disfruta con la firma, el que se siente agasajado por los lectores. Es más bien el que trae a colación uno de los conceptos más manidos de Marx: el de cosificación. Ese concepto me envolvió durante las dos horas que dejé mi firma en mi obra. Ya no fui persona. Me convertí en alguien observado, comentado, denostado, alabado, curioseado, ninguneado y… Mientras todas las sensaciones me atacaban con un exacerbado ímpetu, mi única defensa era agachar la cabeza y alargar la firma en busca de unos segundos de ocultación.
El libro se convierte en pretexto para que los demás te observen como si fueras también un libro que se puede leer. Ellos, muchos, te miran y tú lo único que puedes hacer es suplicar que alguien se acerque para firmar un libro. Y no por las ventas que se deriven de este acto, sino porque mientras firmas te escondes y desaparece la cosificación. Vuelves a ser persona, aunque sea escondido bajo el exiguo velo que te proporcionan las hojas que has de dedicar.
La sociedad ha convertido al escritor en libro. No interesa tanto su escritura como él. Las palabras han perdido la batalla contra la imagen. Y ante eso sólo puedo decir una cosa: la palabra impresa perdura, la imagen es evanescente, como lo somos nosotros: efímeros humanos.

sábado, 22 de enero de 2011

Recuerdos...a "mano"

El cine tiene la capacidad de abstraernos y  de hacernos soñar. A la vez que consigue que entremos en un mundo donde desaparece el pasado, el presente y el futuro. El momento del disfrute de la película es atemporal. Por  lo menos ahora. En mi mocedad (permítanme éste término en desuso) el cine carecía de pasado y presente, pero no de futuro. Un encantador tiempo por venir se vislumbraba en el horizonte siempre: ese en el que le cogía la mano a la chica.
Hoy todo es más prosaico. Incluso las películas han ido perdiendo calidad con la misma celeridad con la que yo he ido cumpliendo años: bonitos, rápidos, ligeros, pesados, lentos, entrañables, aburridos, … años al fin y al cabo.
Uno va al cine y ya no hay mano que coger. O por lo menos no con la emoción de entonces. Ya sólo nos queda la película. Antes se pagaba la entrada por la mano de la chica y, si acaso, por las imágenes de la gran pantalla. Hoy se paga por la película y por las voces del que se sienta cerca de ti, por el que no para de mover el pie haciendo que tu sillón se mueva, por el que comenta todas las incidencias, por el que come palomitas con sonido digital, por el que lucha con su brazo por robarte tu parte de asiento, por el que se levanta a media película para ir al baño, por el que no para de toser. Por todos esos y por la película es por lo que uno va al cine. ¡Cuánto añoro mi  mocedad! Posiblemente también ocurriera todo lo anterior. Pero yo no estaba en el presente. Permanecía en ese tiempo futuro en el que decidir cuándo acercar, con sigilo y delicadeza, mi mano a la de la chica que me acompañaba.
Por cierto, tanto dilataba el futuro que a veces terminaba la película y yo aún estaba dilucidando cuál sería el mejor momento para acometer tamaña empresa. Ahora, instalado en la lejanía y en la edad, comprendo por qué razón ninguna me quería de pareja: mucha reflexión y poca acción.

martes, 18 de enero de 2011

Ad hominem

En los últimos días dos pesadas, oscuras y persistentes noticias asaltan mi ondulante tranquilidad: la niebla unamuniana que envuelve Castilla la Nueva y el ejercicio de atroz violencia que ha sufrido el Consejero de Cultura de Murcia. La niebla es un fenómeno natural y a la naturaleza se le perdona y se le consiente todo. La violencia ya es otra cosa.
No me gusta hablar de política, ni de violencia, ni mencionar la única certeza que anida en mí: la estupidez humana. Pero he de hacerlo. La realidad se impone a mis preferencias.
El Consejero está en el hospital restañando sus heridas físicas y las que de verdad dejan secuelas: las emocionales. No sé cómo lo va a hacer. Qué subterfugios va a utilizar, qué argumentos va a esgrimir, para asimilar lo que le ha pasado y, en la medida de lo posible, aceptarlo. Confío en la capacidad que tiene la mente para crear autoengaños (los mecanismos de defensa freudianos) con los que asentarnos en la compleja realidad, olvidando que la vida es una pista de patinaje en la que los que patinan serán toda su vida unos neófitos y besarán la pista con la misma insistencia con la que desean esa felicidad que casi nunca llega.
En la brutal paliza física que se le ha infligido al Consejero, y por ende a su familia, hay que añadir la que han recibido todos los ciudadanos de bien. Ha sido un hecho deleznable y que sitúa a sus autores más cerca del animal que del hombre. Aunque me temo que para éstos eso no sea ninguna novedad.
En cualquier caso lo que más me llama la atención no es la agresión en sí, que también. Es la disputa dialéctica que se ha generado en torno a la autoría moral de la misma.
Desde las filas del PP se han cargado las tintas sobre los partidos de izquierdas y los sindicatos. Desde la izquierda se lanzan a la arena pública voces indignadas con las diatribas que desde la otra bancada le lanzan. Unos y otros acusan y defienden. O defienden y acusan. A veces, casi siempre, se olvidan de que hay un señor en el hospital que ha estado a punto de perder un ojo. Da la impresión de que eso es lo de menos. El Consejero es el elemento para una nueva disputa. Lo que a él le ocurra forma parte de la batalla política. Se difumina su entidad como persona y se resalta como elemento de confrontación. Permítanme una pequeña digresión: como cuando salen a la palestra los de Tráfico para informarnos de manera ufana de que sólo han muerto “x” personas. “Y” menos que en el mes anterior. Olvidando que cada muerte es una tragedia familiar. Las personas se  convierten en números y se utilizan como éxitos en la gestión. Sigo.
El PP acusa y el PSOE se muestra indignado. ¿Qué hay de verdad en uno y en otro?
Ambos simplifican tanto su discurso que se convierte en mentira. La agresión es un cuadro cubista y como tal hay que analizarla. La culpa jurídica la tienen los tres mequetrefes, vándalos,  desalmados y cobardes que propinaron la paliza a Pedro Alberto Cruz. La culpa moral, ésa que no puede ser juzgada por ningún tribunal, corresponde a los que desde sus tribunas de poder han fomentado y propagado la violencia, la injuria, y la descalificación personal como forma de hacer política. Hace mucho tiempo que en España no se lanzan las ideas a la arena dialéctica. Son los argumentos ad hominem los encargados de hacer el trabajo sucio. Parece que El príncipe de Maquiavelo se ha convertido en el libro de cabecera de nuestros políticos. Aunque remarco el <<parece>>. No creo que nuestros políticos pierdan el tiempo leyendo libros. ¿Para qué? Si la política se ha convertido en ataques ad hominem, se instruirán mejor viendo los programas de lo que se conoce como telebasura. Ahí están los nuevos cicerones de nuestra época. Los oradores a los que vitorea el pueblo.
Indudablemente sólo hay tres culpables. ¡Ojalá vayan a la cárcel! Ahora bien, todos los políticos,  sindicalistas y gente varia que han alimentado con su discurso agresivo, ofensivo, calumnioso y amenazante el odio de la masa son culpables de lo que ha ocurrido. El pueblo no es sabio. El pueblo es el rebaño que las clases dirigentes adoctrinan, dirigen  y manejan.
En Murcia se han celebrado manifestaciones en las que políticos han proferido amenazas públicas, han vilipendiado al rival con inquina, manifestantes enfurecidos han lanzado huevos en inauguraciones, ... Y eso es un manjar cocinado por el diablo. El plato que nos sale con los ingredientes anteriores tiene el nombre de odio. Y puedo asegurar que es muy indigesto.
El PP en Murcia se ha equivocado en su política económica, las cifras lo dejan claro. Creo que se ha equivocado también al atacar de nuevo al funcionariado en su dignidad y en su economía. Pero eso lo único que justifica es que cuando lleguen las elecciones de mayo las urnas dicten sentencia. Lo que ha devenido de las equivocaciones del PP ha sido un auténtico disparate: la agresión. Culpables: todos los que, en alguna medida, han contribuido a que los tres energúmenos que propinaron la brutal paliza utilicen la violencia como forma de manifestar su disconformidad.
Adenda: Ortega se quejaba de que el pueblo había devenido masa. Si el bueno de D. José levantara la cabeza vería algo que todavía le indignaría más: la masa tiene poder. Ha pasado de ciudadano de rebaño a político con ínfulas.
Mis mejores deseos para Pedro Alberto Cruz. Un abrazo.

sábado, 15 de enero de 2011

¿¡Qué grande es el cine!?

Últimamente, y sin una razón visible, o por lo menos yo no la percibo, he mantenido una estrecha relación con el cine. Tres películas dispares han salido al encuentro de mi pasivo yo. Me he sentado en la butaca y, con la compañía de M., he dado buena cuenta de las tres singulares cintas de celuloide.
Cuando indique los títulos comprobaran los pocos nexos de unión que guardan entre sí. Siempre me acerco a la sala de cine sin prejuicios y sin tabúes. Soy capaz de ver cine mudo, dibujos animados, cine independiente, el último estreno de Hollywood,… Cualquier cosa. Sólo una condición: ser yo el que decide en cada momento qué película ver. Bueno… miento. La última la eligió M., y ante eso únicamente pude hacer una cosa: asentir.
La primera película que voy a comentar es El discurso del rey. Favorita en los globos de oro y quizá en los Oscar. Previsible, recurre a lugares comunes y lo más criticable de todo: Colin Firth no es creíble. Y no porque sea mal actor. Me parece extraordinario. No lo es porque Colin Firth destila fuerza, señorío, chulería, estilo, poderío, belleza y carisma. Y en el personaje del rey Jorge, un tartamudo que lucha (simplificando mucho la cuestión) toda su vida contra ese defecto no me resulta creíble. Colin Firth tiene el perfil de los que han nacido para triunfar. Por eso la película no me la terminé de creer. Siempre tuve presente que era una ficción. El séptimo arte, en esta ocasión, no me engañó.
La segunda es No controles. Una película española para, como se dice coloquialmente, pasar un buen rato. Ya habrán observado lo variopinto de mi gusto. Humor sencillo que hace que en tres o cuatro ocasiones tu risa  pase de la sutileza de un susurro a hacerse estridentemente sonora. Entretenida. Sin más. También prescindible.
Ayer tuve, a pesar de mis reticencias iniciales, que ver También la lluvia. Película española nominada a trece premios Goya, y que representará a nuestro país en los famosos premios de la Academia. Un drama social ambientado y contextualizado en la Bolivia de la guerra del agua. Previsible, con buenos y malos sin matices, al igual que El discurso del rey con lugares comunes, y con diálogos simples. Por momentos…aburrida.
Sobre las tres películas puedo decir lo mismo: prescindibles. Lo mejor… cuando en la pantalla aparece The End o Fin. No digo que sean malas, pero tampoco buenas.
O mi gusto estético, siguiendo en esto al bueno de Hume, es demasiado exigente, he visto ya demasiadas películas, o las películas que hay en cartelera son de poca calidad. Me inclino por una mezcla de ambas: soy exigente y el cine que he visto es…aburrido. Sí, quizá ese sea el adjetivo más adecuado.
La próxima vez que vaya al cine quiero y necesito una película que me reconcilie con él. Aunque creo que la elección ya está hecha: De dioses y hombres. Leí una crítica que me abrió el apetito y esa será la película que intente degustar. A ver si consigue hacer desaparecer el regusto amargo que me han dejado las tres anteriores.
Por cierto,  acabo de terminar de leer el libro Anatomía de un instante de Javier Cercas. Lo recomiendo.  Así es la vida, una película mala, un libro bueno, un rato malo, un momento agradable. Unas veces nos dan y otras nos quitan. M., me dio una mala película, pero después me dio una bonita velada. Como diría José Mota (ya les digo que leo y veo de todo)…"las que entran, por las que salen".

martes, 11 de enero de 2011

Cultura

Hay muchas cosas que creo que nunca podré asir en plenitud. Algunas, las más bellas, porque son intangibles. Otras, las más, por incapacidad. Y otras por indefinición del concepto. Por suerte a M., en alguna ocasión consigo asirla. Pero vayamos a cuestiones más serias y, por lo tanto, quizá más prosaicas… Creo que si consiguiéramos desmenuzar la vida y quedarnos con dos o tres cosas merecedoras de tal honor, al final elegiríamos lo que no necesita meditación: el amor, la risa y el juego… ¡Vaya, otra pequeña digresión¡ El laberinto de mi discurso siempre intenta oscurecer mis ideas. Bien… como iba diciendo. Un concepto que me resulta difícil entender y, por tanto, aclarar, es el de cultura. Manido y utilizado por todos, sus posibles polisemias me despistan.
¿Qué es cultura? ¿Quiénes son sus portavoces? Preguntas sencillas de difícil respuesta. Sé que hay un Ministerio de cultura. También que hay unos portavoces (todos los que pertenecen al mundo de las letras, del arte, del cine). Asimismo, oigo voces preclaras y entendidas que desde el supuesto mundo platónico de la cultura me muestran mi necedad y me instruyen. Bien… Pues incluso sabiendo lo anterior, sigo sin tener claro por dónde se puede asir el concepto.
Voy a intentar desmenuzarlo, como haría Descartes, para después hacer un análisis, una síntesis y una enumeración. Buscando que al final me aparezca éste de una manera clara y evidente. Como nuestro gran Cartesio querría.
1. Culto es que el tiene una licenciatura. No, ésta no me vale. Los del cine y los ministros no necesariamente la tienen. Ésta primera premisa no cumple con los requisitos epistemológicos.
2. Culto es el que ha leído mucho. Me temo que tampoco necesariamente la cumplen. Algunos sí, otros no.  De hecho, tengo la intuición (es sólo una intuición) de que un empedernido lector nunca sería político.
3. Culto es que el domina varios campos de lo que se conoce comúnmente como artes (cine, teatro, literatura, música, pintura, escultura). Creo que los que desde el mundo anterior se nos aparecen como portavoces tampoco lo cumplen. No veo entre ellos (quizá me equivoque) muchos que den el perfil del hombre del Renacimiento.
Podría seguir con un 4,5,6… pero para qué. Con esto es suficiente para terminar con la enumeración que exigía Descartes. Me temo llegaría a donde yo suelo llegar: a ninguna parte. ¿Qué hacer con el concepto, entonces? ¿Y con sus supuestos embajadores? Huyyyyy… creo que no voy a poder contestar a ninguna de las dos. Sólo me queda volver a mi admirado Cartesio y aceptar su duda metódica como posicionamiento ante todo lo que oiga y vea. Cuando algún avezado e ilustrado miembro(a) del mundo de la cultura se digne a enseñarme, a mostrarme, o a indicarme algo, primero haré pasar sus reflexiones por el tamiz de la duda. A ver entonces qué me queda.
Seguiré agradeciendo al Estado que cree un Ministerio para los incultos como yo, a un director de cine que dirija mi dinero a las películas que considere que aumentan la cultura en España, a actores maniqueos que saben lo que está bien y lo que está mal, enseñármelo. A músicos que con sus fantásticos epigramas condensan la sabiduría de la vida como yo jamás sabré hacer. Se lo agradezco. Ahora bien…si me lo permiten, en ese reducto de libertad que me deja mi conciencia individual…en ése que la sociedad culta aún no ha podido entrar…aplicaré aquello de D.Renato: “cogito, ergo sum”. 

jueves, 6 de enero de 2011

Queridos reyes magos:

Hacía tiempo que no la veía, pero el espíritu infantil de M., me ha empujado a ello. En un lugar de la Mancha, en una capital de provincia, he asistido, no sé cuantos años ya que no lo hacía, a la cabalgata de reyes.
M., decía que merecía la pena verla, aunque sólo fuera por apreciar la cara de felicidad de los niños ante el paso de los reyes de sus sueños. Como siempre, M., tenía razón. Sólo por ver la dicha reflejada en sus rostros, su algarabía, su alegría, nuestra espera estuvo bien fue justificada. Ahora bien…el paso de la cabalgata también dejó en mí otras reflexiones.
Entiendo que una cabalgata de reyes sea eso: una cabalgata de reyes. Las carrozas reales, unos pajes y alguna banda de música que acompañe a tan ilustres majestades. Lo que yo vi ayer fue un dispendio de dinero público y, lo que es peor, un derroche de mal gusto del que no me pude librar. Comparsas de carnaval, moros y cristianos, carrozas con música estruendosa incorporada… Por momentos, parecía de todo menos una cabalgata de reyes.
Una vez más se confirman mis temores de que el lema que guiaba los designios del imperio romano también lo hace con los nuestros: “pan y circo”. Aunque  me temo que el pan escasea. En una época como la actual, el dispendio que hizo ayer el ayuntamiento me parece una ofensa a todos los ciudadanos. Cabalgata sí. Pero de reyes, no de moros y cristianos o carnavales, y con moderación. Es cuestión de estilo y respeto. En fin…
Después fuimos a tomarnos una cerveza. Elegimos un local de buen ambiente, buenos platos y, lo que es más importante, buen vino. En esas estábamos, degustando un buen Rioja, cuando se produjo una conversación que me llamó la atención. No presté mucha atención, no me gusta ser indiscreto, pero no pude evitar escucharla. Estábamos muy cerca.
Una chica se acercó a la barra y pidió una copa de vino tinto. La camarera, muy atenta, le preguntó cuál prefería (permítanme que no  diga las marcas), si uno con tempranillo y garnacha, o el otro con syrah y monastrell. La chica se quedó pensando. La camarera esperando. Cuando el incómodo silencio empezaba a pesar, la camarera le dijo que el primero valía 3,50 y el segundo 2.10. La chica calló. Durante unos segundos no dijo nada. ¿A qué decisión más difícil se tenía que enfrentar? Si antes de decirle el precio, la respuesta, ante su desconocimiento, era clara: cualquiera. Ahora se sentía condicionada por el precio. Si pedía el caro se sentiría mal por haber gastado más dinero de manera innecesaria. Aunque siempre, supuestamente, se llevaría el mejor. Si pedía el más barato, la camarera pensaría que se había dejado influenciar por el dinero, y tendría una mala impresión de ella. ¿Qué hacer? La respuesta era complicada. Tomara una u otra decisión sentiría que se estaba equivocando. A veces el exceso de información no es bueno. Ella hubiera preferido no saber el precio. Tenía dos posibilidades y una elección, que fuera la que fuese, le dejaría la sensación de equivocación. ¿Qué hacer en una situación así? ¿Qué haría yo? ¿Qué hizo la chica? Creo que son situaciones que hay que llevar estudiadas de casa. Uno se lo debe plantear antes de que se produzca la situación para que cuando llegue el caso tener claro qué hacer. Aunque esto no asegure que lo hagamos. A la segunda pregunta, respondería con un…creo que me hubiera ido a por el vino caro. No hubiera soportado ningún matiz de despecho en la mirada de la camarera. Y a la tercera, ¿qué hizo la chica? No lo sé. Justo en ese momento nos fuimos. Aunque yo creo que eligió el segundo, el barato. Las mujeres tienen más sentido común que nosotros.
Y ya, para terminar, haciendo referencia al título de esta entrada pediré mis deseos: …

domingo, 2 de enero de 2011

Viena 1900

El Danubio azul acompasa mi despertar. El vals del emperador ya me tiene despierto. Y la marcha Radetzky  me insufla los bríos adecuados para comenzar este ilusionante año…amén de que como se conmemora el bicentenario del nacimiento de Franz Liszt, he podido escuchar el diabólico vals de Mefisto. Sí, acabo de ver el concierto de año nuevo que la Filarmónica de Viena, desde la ilustre ciudad, ha ofrecido. Los Strauss (Richard, Josef, Johann, padre e hijo, Eduard) son los perfectos anfitriones de este nuevo y prometedor día. Ellos son testigos en clave de fa, de sol, o de do, de lo que se conoció como “Viena fin de siglo”. Una época que, como muy pocas, honra al ser humano. La creación tiene en ese lugar y tiempo a su mejor musa.
Los Zweig, Schitznler, Kraus, Wittgenstein, Hofmannstal, Freud, Klimt, Kokoscha, Schiele, los Strauss, Mahler, March, Weininger, Schiller, O.Wagner, y tantos otros, hacen de esta Viena finisecular la época y el lugar donde me hubiera gustado vivir.
Una cosa tan “normal” y “necesaria” como tomar un café como forma de socialización, está haciendo que añore épocas de la historia donde el interés por aprender, esa tendencia que decía Aristóteles que era intrínseca al ser humano, era extraordinario. ¡Cómo me hubiera gustado compartir un café con alguno de los ilustres vieneses! Poder hablar de algo que no sea la pura trivialidad. Y es que amigos, mis conversaciones, excepto en contadas y admiradas ocasiones, versan sobre alumnos, inanidades, naderías, puerilidades y…tonterías. Bueno… he de decir que siempre intento no verme involucrado en estas insustanciales conversaciones… pero algunos son más hábiles que yo y son capaces de llevarme a su inane verborrea sin haberme dado cuenta.
No quiero hacer una diatriba de la trivialidad. Creo que, por momentos, es buena y necesaria, como forma de relativizar y relajar. Pero por momentos. El término medio aristotélico. Cuando se convierte en el escenario principal en el que se va a desenvolver nuestro día…Peligro. ¡Huyamos! La sociedad de masas que anunciaba Ortega ha tomado el campamento de la vida cotidiana. Ya sólo nos queda alejarnos de ese nefando lugar. Y ahora he de dejarles… comienza Salsa rosa.