miércoles, 23 de noviembre de 2011

La amistad tiende hacia la amistad

En la Naturaleza todo tiende hacia un fin. Esta es una afirmación, pronunciada por Aristóteles, con ciertas ínfulas metafísicas y, curiosamente, realidad empírica.
Con el paso del incansable tiempo he podido constatar que el estagirita se codeaba con la verdad y mantenía una buena relación con esta. No siempre en armonía, pero sí en agradable cercanía.
La hiedra se agarra a la piedra. Los enamorados solapan sus corazones para convertirse en uno. La sed busca el agua. El frío añora el calor. La amistad busca al amigo…
Hay personas con las que conversas una vez y ya, desde ese mágico momento, sabes que podrán ser tus amigos. Que las palabras fluirán entre vosotros como lo hace el agua en el manso río. Sus miradas acompasan las tuyas, sus silencios respetan tus palabras, su gesto cordial anima a que tu locuacidad reprimida salga a pasear. Son amigos. Tu naturaleza tiende hacia ellos con irreprimible y agradable violencia.
También está el otro tipo de personas. Las que entran en tu universo pero nunca se instalan en él. Consigues hablar de <<temas varios>>, pero nunca sales de la estrecha casa en la que se aleja el <<tema vario>>>. Si has hablado con ella tres veces sobre el tiempo, el colegio y el fútbol y la relación ha sido, mas o menos, fluida, volverás a esos mismos asuntos con la misma celeridad con la que se busca el paraguas en días de copiosa lluvia. Esos <<temas varios>>, que en cada persona son diferentes, nos permiten solventar la situación. Son relaciones <<contra natura>>. El otro no tiende hacia ti, como tú tampoco lo haces hacia él. Hay una espesa barrera en el aire infranqueable para ambos. Es intangible, invisible, pero ahí está. Los lugares comunes os sirven para instalaros en un terreno neutral en el que estar cómodos…pero nunca plenos. La plenitud se alcanza cuando dos corazones criados en la misma sensibilidad se encuentran. Ahí surge el milagro…ese milagro que llamamos amistad.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Presunción de inocencia

Mi despertar hoy no ha comenzado en los albores del día, en esas presurosas y aceleradas horas mis palabras se fajaban con ardor por impregnar el árido terreno en el que se yerguen las aulas, lo ha hecho cuando he leído <<Nadie puede saber lo que un hombre desesperado está dispuesto a arriesgar>>.
La frase de Soren Kierkegaard no me ha descubierto ninguna verdad, pero sí que me ha mostrado una evidencia que a veces se diluye con rotundidad y finura. Sí, ambas.
Hay otra frase que reúne los dos adjetivos anteriores y está asentada en el consciente colectivo como una verdad, pero me temo no lo es. La frase es: <<Todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario>>.
Es rotunda, lleva implícita la afirmación de un Universal y es <<fina>>, hay paradoja y juego en ella (demostrar lo contrario). Sin embargo, asisto con desagrado a que su verdad se difumina cuando buceamos en las entrañas de nuestro pensamiento. Sí, creo que no hay presunción de inocencia, sí de culpabilidad a la hora de acercarse al otro. A ese que Sartre llamaba <<el enemigo>>.  
El caso de Madeleine y el de los dos niños de Córdoba recientemente desaparecidos me inspira la anterior afirmación. ¿Por qué el consciente colectivo acusa a los padres, casi sin dejar que la duda haga acto de honrosa presencia? ¿Cómo puede ser que nuestra mente deje que aparezca y se instale en nosotros una idea tan terrible? ¿Es normal que sin pruebas concluyentes se afirme que unos padres, que ni siquiera conocemos, hayan ...?
Frágil es nuestra confianza en los demás. ¿Es falta de empatía? O más terrible aún: ¿es empatía?  ¿Aceptamos en los juicios que hacemos sobre los demás que en el ser humano predomina el no deseado  Mr. Hyde? ¿Es posible que aceptemos la presunción de maldad antes que la de bondad? Preguntas de las que no quiero una respuesta, solo quiero una cosa: presunción de inocencia.
No nos lancemos con el vocabulario de la iniquidad a por los demás. Juzguemos con ecuanimidad y mesura. La suposición y el rumor son malas compañías, nos llevan a hundirnos en el lodazal de la maldad. Y en los lodazales existenciales el que perece siempre es uno mismo.



jueves, 20 de octubre de 2011

Hablo, luego sé...o no.

Tres figuras pululan por la intelectualidad española con desigual descaro: prolifera el inculto, aumenta el seudointelectual y tímidamente, como no podía ser de otra manera, aparece el intelectual. El discurso del intelectual nunca es rotundo, es dubitativo, como lo son las certezas de la existencia.
El ágora actual es la televisión, esa es la plaza pública que nos muestra a las figuras antes señaladas: el que no está en el <<ente>> no tiene realidad. Sólo la televisión confiere vida pública.
El inculto es un tipo de persona que suele tener mucha presencia en los realities y en programas de entretenimiento. También, por supuesto, prolifera en la clase política. El intelectual apenas aparece, quizá en algún programa que se emita en horas de baja audiencia. No interesa. Su discurso es denso y sin premuras. El seudointelectual es el que me interesa ahora y el que va a recibir el latigazo de mi pluma y el castigo de mi pensamiento.
Es un tipo de personaje cuyo hábitat natural, según él, es el saber. Nunca oiremos de sus siempre abiertos labios expresiones como <<no lo sé>> o <<sobre esa cuestión no me puedo pronunciar>>. Es asertivo, rotundo y huye de la duda con la misma celeridad con la que exige su turno de palabra. A veces, en un exceso de modestia inesperado comienza con un <<no sé mucho sobre la cuestión>>; y cuando ya creemos de manera esperanzadora que confesará su ignorancia sobre el tema y que no se pronunciará, prosigue con un desalentador <<pero…>>, y termina dando su vacía y falsa verdad que deviene afirmación irrefutable…¡y valiente el que se atreva!
El seudointelectual forma parte de la fauna que habita en los programas de debate en televisión, también en radio. Es peligroso. Muy peligroso. Puesto que el ignorante que desconoce su ignorancia es doblemente ignorante.
Ya me gustaría que este seudointelectual blandiera las espadas de la sinceridad y de la honestidad y dijera un claro y valiente <<no lo sé>>, sin <<peros>>.
En fin…no sé…pero creo que no me he equivocado mucho en mis apreciaciones.
Posdata: Ya lo dijo el ágrafo Sócrates: el primer paso para la sabiduría es reconocer la ignorancia.

lunes, 17 de octubre de 2011

La insoportable pesadez de la indecencia

Hay dos cosas que me causan enorme estupor: la indecencia de la clase política y el poco cuidado que el gremio de la hostelería tiene con los clientes. A lo primero ya casi me he acostumbrado. A lo segundo también.
Ayer salí con M. a celebrar su onomástica. Ella, siempre tan atenta y cumplidora, a pesar de no haber recibido aún el regalo, decidió invitarme a comer. La elección no fue fácil. Yo soy como Oscar Wilde: mi gusto es de lo más sencillo, solo me gusta lo mejor.
Al final, después de cientos de metros zigzagueando, acabamos en una cervecería de aspecto saludable, pero salud delicada.
Aunque antes de adentrarme en la intimidad del enfermo quiero señalar, para mostrar la realidad del gremio, que muchos de los bares, restaurantes o tabernas que nos encontramos han cerrado sus puertas, quizá definitivamente. La crisis ha podido con ellos.
Nada más sentarnos (una terraza al aire libre) llama mi atención el alto volumen de la música que acompaña a los comensales, haciendo de paso que sus conversaciones tengan que elevar el sonido para ser audibles. Estoy a punto de no sentarme, pero decido dar un voto de confianza. No quiero que M. me diga que ya estoy como siempre (poniendo pegas). Una vez sentados se acerca uno de los camareros y, sin limpiar la mesa, coloca unos escuetos mantelitos individuales que no cubren ni la tercera parte. Tuve que hacer malabares durante la comida para no salirme del espacio al que me sometían esos mantelitos. Después de traernos el exiguo primer plato el camarero, aprovechando unos segundos libres, se pone a fumar. Su compañero también. Después traerían nuevos platos con su <<sucias>> manos.
Tras la indigesta comida pedimos la cuenta. Por supuesto ahí estaba la penúltima sorpresa de la tarde. Una <<caña>> 2, 50 euros. ¡Ni que la hubiera servido Scarlett Johansson!
Abandonamos el local y decidimos dar un paseo. M. quiso un helado.  Llegamos a una heladería. Ella se sentó y yo me acerque a pedir (por supuesto, autoservicio). La dependienta, en un alarde de sutileza, le  estaba diciendo a una compañera: << Tía, que eso es una mierda (sic), ya te lo dije yo…>>. Cogí el helado, me senté, me lo tomé apoyándome en una mesa que nadie había limpiado posiblemente en todo el día,  y después tiré la tarrina en una papelera que estaba colocada ad hoc. Llegué a casa malhumorado.
En un país de cinco millones de parados, en el que determinados bares y restaurantes tienen que cerrar porque la crisis puede con ellos, ¿es que no hay nadie que regente un local que exhiba la mínima decencia exigida?
No es justo. Ayer M. gastó dinero y a cambio recibimos mala educación, dejadez, suciedad y ordinariez. No es justo y además es patético. No hay derecho a recibir una dosis de tan mal gusto el día de la onomástica de mi chica. Es más, ningún día.

domingo, 9 de octubre de 2011

Otoño

Me gusta el otoño, tiene un color como de ensoñación. No es deslumbrante y nítido como el verano, ni tiene los altibajos cromáticos de la primavera, ni el inquietante oscuro del invierno. Es real, pero difuminado, sin tanta transcendencia, aunque con cierto señorío.
Es limpio, su temperatura lo hace serlo. Es maduro y reflexivo.
Yo estoy en el otoño de mi vida, en esa época en la que están asentadas nuestras convicciones y se disfruta de una mentirosa tranquilidad. Nuestras ilusiones han sido calmadas por el ya excesivo paso del tiempo y todo se vivencia con un tranquilizador y cómodo estoicismo. Mientras llega el terrible invierno, que confiamos se dilatará hasta perderse de vista, vivimos en el plácido otoño.
El verano queda excesivamente lejano y a la primavera de nuestra vida solo volvemos cuando necesitamos rescatar salvadores recuerdos. Pero, aun siendo importante, casi ya no tiene validez. Ahora es otoño, un nuevo otoño que, como casi todos,  no inquiere.
En esta estación vital se acomoda uno en su envoltorio, en ese creado con innumerables renuncias, y deja pasar esas traidoras horas que ya no volverán.
Acabo de leer un extracto del discurso que Steve Jobs pronunció en la Universidad de Stanford el 12 de junio de 2005 y he decir que, aparte de que me ha conmovido, ha hecho que las hojas caídas de esta estación levanten el vuelo y quieran nuevo acomodo. Permítanme que les transcriba dos párrafos: <<Durante los últimos 33 años, me miro al espejo todas las mañanas y me pregunto: si hoy fuera el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que estoy a punto de hacer hoy? Y cada vez que la respuesta ha sido no durante  varios días seguidos, sé que necesito cambiar algo. Recordar que moriré pronto constituye la herramienta más importante que he encontrado para ayudarme a decidir sobre las cuestiones importantes>>. Tras su despido de Apple: <<Estoy convencido de que lo único que me permitió seguir fue que yo amaba lo que hacía. Tienen que encontrar eso que aman. Y eso es tan válido para su trabajo como para sus amores (…) Si todavía no lo han encontrado, sigan buscando. No se detengan. Al igual que con los asuntos del corazón lo sabrán cuando lo encuentren>>.
Uno de los consejos de Jobs sigue las directrices de lo que ya dijo Píndaro: <<Llega a ser el que eres>>. O lo que exigía Ortega de cada uno de nosotros, que no falseáramos nuestra realidad.
Cuando uno ha llegado a su otoño se acepta esa realidad, aunque sea falsa. Y he aquí cuando ya no puedo aceptar lo que acabo de escribir y mi pluma se rebela. El otoño debe exigir búsqueda, no certezas. Nuestro otoño requiere que seamos pindarianos. No podemos no exigirnos. Nos lo debemos.
¡Fuera comodidades y falsas certezas! Hay que buscar… ¿Buscar qué? Aquello que somos y para lo que hemos nacido. Nuestra vocación.


jueves, 6 de octubre de 2011

Don Balón

Don Balón ha muerto. Nuestros recuerdos se manifiestan con rotundidad en tan lúgubre momento. El séquito que le acompaña en este fúnebre instante lo componen la infancia de miles de niños de mi generación y el más generoso de nuestros agradecimientos. Don Balón era una revista, solo una revista, pero también LA REVISTA, esa sobre la que giraba parte de nuestro tiempo y de nuestras ilusiones. As Color, Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, 13 Rue del Percebe, Spiderman, Capitán América, Superman, Dan Defensor, El Capitán Trueno, La Pantera Negra, Thor, Namor y Los Cuatro Fantásticos eran sus inseparables compañeros de entretenimiento.
Mi padre, tan generoso siempre con su tiempo y su dinero, ponía en mis manos y en mis deseosos ojos el As color y el Don Balón (junto a los anteriores tebeos) y un helado de chocolate o nata, según mis preferencias circunstanciales. Aunque eso es otra historia.
Mi escritura de hoy es deudora de mis lecturas de esas entrevistas, de esos análisis de equipos, de esas jugadas narradas con la efusividad y la hipérbole que suelen utilizar los periodistas deportivos. Don Balón era Don. Y lo era porque su idiosincrasia se bañaba en las limpias aguas de la deportividad. Ni un solo insulto, ni un solo comentario despectivo, ni un solo…Solo deporte y deportividad. Letras claras, puras y amenas. Solo eso y nada más que eso.
Ha muerto uno de mis héroes. Ya apenas me quedan. De Mazinger hace mucho tiempo que no sé nada, se perdió entre tanto japonés.  Comando G siguió la misma estela de anonimato que Koji Kabuto.  Mortadelo y Filemón fueron llevados al cine para conferirles realidad y hacerles perder su idílica inexistencia. ¿Quién me queda? ¿A quién idolatrar ahora? Ya solo quedan unos héroes de la infancia que no han perecido a manos del cruel tiempo. De la infancia, de la juventud y de la época actual, y…de la eternidad: mis padres.
Viva Don Balón y vivan mis padres. Todos los padres.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

El español en la maleta

Acaba de aparecer en Ediciones Esquema El español en la maleta. Una serie de relatos en los que unos <<intrépidos>> profesores nos cuentan sus avatares docentes.
Las experiencias ora entrañables, ora sorprendentes, de estos buenos embajadores del español nos reconcilian con ese trabajo tan denostado por algunos: el de profesor.
Lectura recomendable y reconfortante. Mi enhorabuena a esos profesores que han hecho de la palabra su mejor arma para conquistar otros países en nombre de España y de la Educación.




jueves, 22 de septiembre de 2011

La realidad...

La realidad me circunda con la fuerza de un coro de tragedia griega y amenaza con vencerme. Camina demasiado rápida para mi lento entendimiento. No sé si ya soy capaz de apresar a esa pérfida que zigzaguea con desvergüenza y sin rumbo.
Siempre me he considerado un fascinado observador de la realidad, y lo que es más, un buen entendedor de sus intenciones. Hasta hace poco. Ahora ya no. La realidad cabalga a lomos del efímero y veloz tiempo y soy incapaz de echarle el lazo.
No obstante, intentaré desde este blog acercarme a ella de frente y sin miedo, a pesar de que sé que en el momento que la descifro ella cambia y muda hacia otros lugares en los que mis conceptos no la pueden apresar.
La realidad actual tiene varios frentes abiertos por los que poder entrar en su morada, e innumerables aristas desde la que ser abordada. Pero yo voy a ser ambicioso y voy a intentar hacerlo desde uno de sus puntos cardinales, de ahora y de siempre: la Educación.
Se habla por doquier y sin miedo de ella y sobre ella, y siempre, por desgracia, desde un punto de vista determinado: aquél que interesa al que emite la opinión. Si es político se argumentará a favor de determinadas medidas. Si es profesor exactamente igual, si se es alumno…, si se es padre…, si se escribe desde un medio de comunicación determinado… ¡¿Es que nadie puede escribir desde la privilegiada atalaya de la objetividad?!
Voy a centrar mi discurso, que presumo (aunque es posible que me equivoque) nace desde la más neutral objetividad, en los recortes en materia educativa que han impulsado las Comunidades de Castilla La Mancha y Madrid.
Mi discurso parte de la premisa, desde ahí se desarrolla todo, que la Educación (también con minúscula) es el mayor bien que tiene un país, y todo lo que sean medidas que puedan infligir algún daño a ese bien no las puedo compartir.
Ahora… entiendo que un país arruinado como es España necesita medidas circunstanciales y sacrificadas desde todos los ámbitos, incluido el de Educación. Pero también entiendo que este siempre debe ser el último en ser sacrificado, y en España ha sido uno de los primeros.
Cuando ya no queden estamentos en lo que <<recortar>>, no quedará más remedio que aceptar que la Educación deba perder calidad en pos de la salvación nacional (permítanme esta última expresión).  Hasta aquí creo que no he dicho nada que no sea obvio. Sigo y repito. Cuando ya se hayan tomado medidas de <<recorte>> en otros lugares, principalmente en la clase más privilegiada que hay en España: la clase política. Es impensable, además de injusto, que el pueblo siga asistiendo a ese derroche económico que unos gestores, en ocasiones colocados <<a dedo>> hacen de las arcas españolas. Hasta que no se pare esa sangría y se racione el dispendio de las administraciones, no tienen derecho moral a <<recortar>> en lo  más importante de un país.
Y ahora la pregunta que ustedes, y permítanme de nuevo que me tome otra licencia y les guíe en su interpelación, me podrían hacer es: ¿De verdad cree que dos horas más repercuten en la calidad de la Educación? La respuesta es sí, y los argumentos son los siguientes:
Dos horas más suponen un aumento de veinticino alumnos por profesor, lo que dificulta el trato personalizado.
Dos horas más suponen un menor tiempo disponible para atender cuestiones del Instituto(atención a padres, reuniones, burocracia, etc.)
Dos horas más suponen  un profesor más cansado mentalmente, menos brillante y, lo que es más peligroso, más irascible.
Dos horas más suponen que un profesor deba dar cursos distintos (desde primeros de la ESO hasta segundos de Bachillerato), siendo su especialización mucho menor.
Dos horas más supone que en algunos centros, para rellenar cupos, los profesores hayan tenido que impartir asignaturas para las que no están adecuadamente preparados.
Y, ya para terminar, dos horas más suponen…desde luego no una mejor Educación.
Sólo he incidido en el tema de las dos horas porque mi tiempo es limitado y mi paciencia aún más. Son muchísimos más los recortes educativos (desaparición de desdobles, falta de material, dilatar o no cumplir bajas de menos de veinte días, desaparición de actividades extraescolares, complementarias y extracurriculares, cierre de bibliotecas en centros, problemas para cubrir guardias de clase y de recreos, desaparición de proyectos de innovación, etc.).
Quiero reflejar también que no considero correcta la respuesta de algunos profesores interinos a las nuevas leyes. Mas en concreto, una de sus reivindicaciones. Estoy de acuerdo en que las nuevas medidas van a perjudicar a la enseñanza pública por lo que he dicho anteriormente, pero un Estado no puede garantizar de manera intemporal los puestos de los trabajadores. Vivimos en un mercado libre y hay que aceptar ciertas reglas.
Posdata: No me puedo despedir sin manifestar mi indignación por esos  políticos (en algunos casos sin la preparación adecuada para el puesto que ocupan. Ya hablaremos en otro artículo de ellos) que se jactan ufanos de que la calidad de la enseñanza no merma, o como decía el otro día el Consejero de Educación de una de las Comunidades que estoy analizando: <<Estamos ante el mejor inicio de curso escolar de la Historia>>.  Desde luego, España a nivel europeo no podrá competir con otros países en expresión oral o en matemáticas, pero en cinismo…Ahí, amigos, me temo que estamos en el top ten.

jueves, 30 de junio de 2011

Verano azul

Llega el estío de la mano de sus dos habituales acompañantes: la luz y el calor.  Y también llega mi momento: el del descanso… ¿definitivo?
Desde que creé el blog he mantenido una relación con Internet que, cual romance que se marchita, ya anuncia su pronto final.  La Red ha sido esa novia que gusta, que seduce, que atrae, pero que complica y tuerce el gesto de nuestra vida. Es bella, pero ingrata. Es atrayente, pero destructiva. Es…lo que no necesito.
Voy a alejar durante dos meses mis pensamientos, no siempre afortunados, de la inmediatez de la blogosfera. En septiembre me volveré a pronunciar. Anunciaré si abandono definitivamente o sigo otro año. Este verano lo  quiero dedicar a M., a la familia, a los amigos, a la lectura, a la escritura ...a mí. A Internet no.
Un abrazo a todos los que me habéis leído. Mis mejores deseos.
Ariel Elea.

miércoles, 29 de junio de 2011

Impresiones

Platón sitúa el alma fuera del cuerpo. Descartes une a tan inseparables compañeros mediante la glándula pineal. Yo, con un discurso más prosaico y visual,  sitúo el alma en la expresión facial. Y afirmo: el alma de cada ciudadano es la expresión de su rostro.
Cesare Lombroso señalaba la concepción del delito como resultado de tendencias innatas, de orden genético, observables en ciertos rasgos físicos (asimetrías craneales, arcos superciliares) que derivaban en la fisionomía, esto es, en ciertas expresiones faciales. Lombroso los llamaba criminales natos.
Yo no voy a hablar de criminales, ni de Cesare Lombroso, ni de Descartes o Platón, sí lo voy a hacer sobre las expresiones faciales y los gestos como desveladores, mostradores,  de eso que llamamos personalidad.
Y para que mi análisis no quede circunscrito a la vaguedad traeré a colación dos momentos del presente que ilustran mi artículo y otorgan concreción a mis afirmaciones.
Decía Oscar Wilde que no hay una segunda oportunidad para una primera impresión. Y me temo que así es. Los representantes de Bildu son, en esta ocasión, las víctimas del epigrama de Oscar Wilde. Y aquí no se habla de belleza o de fealdad, se habla de cuestiones más inefables y, por lo tanto, más sutiles. Bildu tiene una cara y un discurso. El discurso siendo peligroso, no es lo importante. Lo reseñable es la cara, más que ella su expresión. La expresión facial de los de Bildu no es limpia, no es serena y no es inteligente. El sastre que ha confeccionado esta expresión con la que se visten sus ajados corazones no entiende de estilismo. No ha sabido dotar a dicha creación con las delicadas armas de la bondad, de la generosidad o de la humanidad. Yo aprecio desdén y odio. Y me preocupa. Me causa temor que sus expresiones me sugieran de manera tan clara, no hay lugar para la duda, todo lo anterior. Wilde nunca los hubiera votado, yo tampoco, el pueblo vasco lo ha hecho…ellos sabrán. Estéticamente no pasan la prueba, Lombroso los hubiera condenado, ideológicamente tampoco.
El otro momento del presente al que solicito su presencia es el que tiene que ver con el debate sobre el estado de la nación. El histrionismo que vimos ayer en nuestra sagrada cámara de representación también es indicador del tipo de político que vive en las instituciones. Cuando las respectivas “bancadas” se levantaban a vitorear a sus líderes, se constataba, una vez más, el alejamiento de la realidad de los políticos. No era, aunque para ellos sí, una batalla de sofistas lo que allí se dilucidaba, era el futuro de España. Pero...ellos, debido a la miopía con la que observan el futuro,  no contemplan desde su atalaya privilegiada la verdadera cuestión en juego: España. El histrionismo es una señal de “decadence”. Sólo al que ha perdido la fe en lo que afirma, al que no le asiste la razón, al que no argumenta, lo visita el estridente, exagerado y fuera de lugar, gesto histriónico.
Ni la expresión facial de los de Bildu, ni el histrionismo de nuestros políticos. La estética de este país no está a la altura de los tiempos. El alma de nuestros políticos ya no cimbrea movida por la ilusión y los ideales. Es hierática y rígida.  Y, en algunas ocasiones, fea.

viernes, 24 de junio de 2011

Mea culpa

Freud hablaba de los mecanismos de defensa del ser humano como algo necesario para reducir, minimizar, e incluso intentar hacer desaparecer, las consecuencias de sucesos estresantes que ponen en peligro nuestra estabilidad emocional. 
Estos mecanismos de defensa del “yo” son siete u ocho, según se incluya o no el de “represión” entre ellos. Aunque según Ortega éste tenía tanta fuerza y era tan importante que había que distinguirlo de los otros y situarlo en una categoría aparte.
Yo, sin embargo, quiero fijar mi atención en otro no tan importante, y para eso llamo a mi presencia al de racionalización, mecanismo de defensa que consiste en justificar las acciones del propio sujeto. Se trata de dar una explicación “lógica” a las decisiones, sentimientos y pensamientos que provocarían sentimientos de culpa o rechazo. Es decir, justificar nuestros errores para hacer más llevadero nuestro caminar diario.
He llamado a Freud a filas, a la primera línea de batalla, para que me sirva de apoyo teórico en lo que, a continuación, voy a intentar exponer. El vienés, denostado por muchos, goza de mi estima intelectual.
La situación en España es terrible: cinco millones de parados, personas que han sido obligadas por los bancos a abandonar su vivienda, políticos corruptos que han saqueado las arcas públicas, un pueblo que apenas es escuchado, defensores de asesinos en las instituciones, recortes sociales sin igual en la historia de la democracia, situados en los últimos lugares en el informe PISA (programa internacional para la evaluación del estudiante), además de cuestiones varias.
El movimiento Democracia Real Ya ha surgido, entre otras cosas y simplificando un poco la cuestión, para hacer frente a lo anterior, a una serie de injusticias que el pueblo ha sufrido sin culpa alguna, sin merecerlo. ¿Sin culpa alguna? ¿Sin merecerlo? He aquí el quid de la cuestión y es aquí donde dirijo el aguijón de mi discurso.
Evidentemente,  nadie quiere que ningún ciudadano pase hambre, que sea desahuciado de su casa, que sufra amenazas terroristas, que esté en el paro, que … Pero, ¿qué parte de culpa tiene el ciudadano en lo anterior? Me temo que alguna.
Democracia Real Ya tiene razón en su indignación. Pero, ¿hemos hecho análisis exhaustivo de la parte alícuota que en la culpa de lo ocurrido tenemos los españoles como entes individuales, o se ha utilizado el mecanismo freudiano de racionalización para eliminar nuestra parte de culpa y asignársela a los demás, llámese Sistema, Gobierno, Mercado, o como se quiera llamar? Veámoslo.
Al Gobierno más… (el adjetivo colóquenlo ustedes) de la historia democrática de España lo votaron 11 millones de personas. Ahí encontramos 11 millones de culpables que ahora están en la calle eximidos de culpa y solicitando que paguen los culpables. Yo he de pagar por ese voto. No soy culpable, pero acepto las consecuencias de la culpa colectiva. Llevo soportando a este Gobierno siete años. Y no acuso yo, acusa el fiscal de la realidad.
Los bancos han sido acusados de todo. Y, posiblemente, con razón. Pero ¿quién nos ha obligado a nosotros a ir a pedir al banco un préstamo que sabíamos, casi con seguridad, que necesitaríamos toda una vida, o más,  para poder pagar? Por qué no hemos adoptado el modo de vida europeo en el que el alquiler se impone a la compra de la vivienda. Nadie nos obligaba, siendo “mileurista”, a comprar unas viviendas económicamente sobredimensionadas. 
Bildu ha llegado a las instituciones. El sistema político y judicial tiene bastante que decir sobre ello. Pero, preguntémosle ahora a los vascos. ¿Quién ha puesto a los de Bildu en las instituciones? Ellos. Sí, en este tiempo presente, el de corto alcance visual, contestarán que ellos mismos. Pero cuando esa mezcla de nacionalismo atávico y socialismo del XVIII les lleve a la ruina, saldrán a las calles para echarles la culpa a los demás, al Gobierno, a España, a las instituciones, a sus vecinos, pero nunca a sí mismos.
Por todo lo anterior, reivindico en todo acto de pensamiento un poco de autocrítica. Comprendo y acepto que la gente esté indignada con el sistema político y con los políticos, pero también digo que, en muchos casos, debemos dirigir esa indignación hacia nosotros. Porque cada uno, como persona responsable de sus decisiones, y en honor a la verdad, debe dejar de lado la “racionalización” y aceptar que somos tan culpables de que hayamos llegado hasta donde hemos llegado, como las instituciones. Y lo peor de todo, es que aún no hemos llegado. Queda camino por recorrer  y me temo que está jalonado de obstáculos.
Por eso yo, desde aquí, entono el mea culpa. Está bien mirar hacia los demás, pero no debemos olvidarnos que al primero que uno debe mirar para la crítica es a sí mismo. Sólo el  reconocimiento de nuestros errores nos otorga la honestidad moral suficiente para poder exigir a los demás que ellos también los reconozcan y rectifiquen.
Decía Ortega: “yo soy yo y mis circunstancias y si no las salvo a ellas no me salvo yo”. Pues bien, nuestras circunstancias son España. Y muy pocos son los que han ejercido de adecuados socorristas. La circunstancia llamada España ha sido superior a nosotros. Los españoles no hemos estado a la altura de nuestro tiempo. No hemos sabido leer su realidad.
Las circunstancias han vencido y el tributo que debemos pagar el tiempo lo dirá…o lo está diciendo ya.
  

viernes, 17 de junio de 2011

Paideia, paideia, paideia

Se viven tiempos convulsos. Movimientos paralelos a la política oficial luchan por ocupar su espacio en la plaza pública. Se ha pasado de la palabra a la acción. Ya no vale el debate vano y enconado entre contertulios varios y dispares. La palabra, siempre intangible y casi siempre vacua, ha sido sustituida por la firmeza y la rotundidad de la presencia física.
He hecho que mi pensamiento se pronunciara en dos ocasiones sobre el movimiento conocido como “Democracia Real Ya”. Apelando al castizo refranero español, debe haber una tercera.
Reconozco que mis ideas sobre la cuestión han zigzagueado como un barco en alta mar. Ahora ya no. Mi pensamiento ha tocado tierra firme, y desde la serenidad que me provoca la firmeza de ese suelo compuesto por distancia y lejanía percibo la verdadera realidad de tal movimiento.
Sería muy fácil, después de ver los últimos acontecimientos, atacar dicho movimiento y cebarme con él. Sería fácil y erróneo. Hay que estudiarlo desde su nacimiento, no desde las consecuencias que su propia idiosincrasia están produciendo.
El estado actual del pueblo es el de indignación y ese estado vital es importante para alguien que quiere reaccionar. Sólo desde lo profundo de nuestros sentimientos, la indignación, podemos emerger con la fuerza necesaria para intentar cambiar nuestro destino, ya sea individual o colectivo. Hasta ahí estoy de acuerdo. Ya dije que el emotivismo me hacía ser simpatizante de este movimiento. Pero esa es la simiente de nuestra tierra. No la raíces. Y son éstas las que nos van a decir si nuestro huerto será abundante en frutos o devendrá tierra baldía.
Las raíces son la gente y he aquí que empiezo a sospechar el erial en el que se va a convertir el terreno. Ya Ortega y Gasset anunciaba, con gran desesperación, la aparición del hombre-masa en 1930. Y lo que anunciaba, con mucha precisión y fineza D.José, casi un siglo después no ha hecho más que florecer con inusitada e insultante frecuencia. El hombre actual, alejado de las fuentes de ambrosía de la cultura, es sospechoso de todo. Matizaré de dónde proceden mi acusación y mis sospechas.
La separación entre ciencia y cultura, la especialización del saber, la anulación o infravaloración de los valores clásicos (respeto, bondad, educación), las nuevas formas de socialización (Internet), la preponderancia de los medios de comunicación como fuentes de opinión (sociedad de la manipulación en muchas ocasiones), el poco valor que otorga la sociedad a la Educación, la…, dibujan la aparición de un ciudadano que es sospechoso de no poder dar las respuestas adecuadas, más que adecuadas, valiosas,  a lo que el tema de nuestro tiempo requiere. El hombre-masa que decía Ortega en la modernidad ha pasado ahora, en esta nueva suerte de tiempo inclasificable, algunos dicen postmodernidad, a ser otra cosa. Algo más descafeinado y, a la vez, más rotundo. Su discurso es más ligero y básico y, sin embargo, más radical y exigente. El hombre actual exige. Tiene muchos derechos y pocos deberes. Pide, pero no da. Habla, pero no escucha. Recoge, pero no siembra. Y creo que ese no es el camino por el que debe transitar.
Creo en el hombre individual. No creo en los hombres. Sólo una completa regeneración de la sociedad, llevaría mi pesimista pensamiento en otra dirección. Y esa regeneración sólo puede venir desde un lugar casi ignoto: el hábitat de la Educación.
Sólo la Educación puede regenerar España. Pero eso no le importa a casi nadie. Ni el gobierno habla de ella, ni los indignados tampoco, ni los trabajadores, ni los estudiantes, ni…Y les puedo asegurar, soy profesor, que la educación en España es… pésima.
Creo en la indignación como valor para el cambio. Creo en el individuo, no creo en la gente, no creo en la masa y no creo en el movimiento. Sí creo en la Educación y en el hombre que acude a ella para posicionarse con cierta dignidad en el mundo.
Mientras que la tierra de cultivo en la que se asienta España no tenga las raíces que generan una adecuada y valiosa Paideia, mantendré la opinión de que no espero nada de la masa. Bueno, sí. Nada bueno.

jueves, 9 de junio de 2011

El último encuentro

El último encuentro.  “Úl-ti-mo”. La sílaba “Ul lleva nuestra lengua, con un fuerte impulso, hacia arriba, a una violenta visita al paladar. Como si la memoria, de manera arrebatada y furiosa, nos llevara al pasado. “Ti” es la sílaba que quiere escapar, que lucha con pudor por salir fuera, es casi exterioridad, el presente nos requiere. “Mo” es ya el futuro. Hemos expulsado de nosotros la palabra y ya no nos pertenece. En esa palabra está toda nuestra existencia. Presente, pasado y futuro que narran lo que hemos sido y lo que somos, y anuncia lo que seremos, que en algunos casos, como en el del protagonista de la novela que da título a esta entrada,  es sólo fugacidad y recuerdo.
El último encuentro es un título magnífico, desgarrador incluso, de una novela que se nos presenta como uno de los mejores homenajes que la sensibilidad  ha hecho a la literatura.
Como todas las grandes obras que han sido cinceladas por las delicadas manos de un autor, le cuesta coger forma. Unas primeras páginas buenas, pero no sublimes, nos introducen en la sala de estar de la maravillosa casa que hemos de visitar. La casa en la que el tiempo se detiene y la palabra, con una lenta y delicada cadencia, nos hace las veces de encantador cicerone. Un lugar en el que la palabra se alía con la belleza y con la justeza. Nada sobra ni nada falta. Cada coma, cada punto, cada palabra y cada silencio están en el lugar en el que deben de estar.
La novela no habla de la verdad, tampoco de los hechos, ni de la realidad. La novela habla de una cosa mucho más importante: de la amistad. Lo curioso es que de la amistad no se puede hablar…todo lo que se diga sobre ella es mentira. La amistad es, sobre todo, silencio. Y he aquí la magia de Márai. Ha sabido crear palabra de cada silencio del que está compuesto la amistad.
En una entrada anterior ( http://arielelea.blogspot.com/2011/04/la-impaciencia-del-corazon.html) recomendaba La impaciencia del corazón de Stefan Zweig. En los comentarios de esa entrada le decía a un amigo que pronto le hablaría sobre otra gran novela. Pues, estimado Juan Antonio, aquí está. Si La impaciencia del corazón nos mostraba, cual mundo inteligible, lo que era la compasión, El último encuentro va a hacer lo mismo con la amistad.
El último encuentro sugiere lejanía, ausencia y dolor. El último encuentro como libro sugiere…no sugiere, es... puro deleite.

martes, 31 de mayo de 2011

Lugares comunes

Lugares comunes es una magnífica película de Adolfo Aristarain. También es una expresión que sirve para constatar que el eterno retorno nietzscheano es verdadero. Las situaciones se repiten, los gestos, las sensaciones y nuestras respuestas también.
Este fin de semana pasado me ha servido para comprobar lo anterior y para formularme una pregunta, a la que he de decir que no he conseguido darle respuesta. Flota en el ambiente en forma de evidencia: ¿dónde está la crisis económica?
El viernes estuve cenando con un amigo al que hacía tiempo que no veía. La cena agradable y la conversación mejor. El bar lleno y dos lugares comunes: el ruido y la expresión cambiante de los comensales conforme pasaba el tiempo y el alcohol aparecía. Después fuimos a una sala de bingo.
En ella aparecieron otros dos lugares comunes: nuestras supersticiones y la expresión de tristeza que tenían los jugadores.  Como el tiempo pasaba y el dinero desaparecía empezaron las decisiones irracionales: cambio de rotulador, cambio de mesa y…desear que cambiara la que nos daba los “cartones” para ver si así también lo hacía nuestra suerte. Somos personas racionales, pero el lugar común de lo irracional en el Bingo es inevitable. El otro lugar común que señalaba es la tristeza de los jugadores. Expresión gestual difícil de entender. No hay que olvidar que uno va a gastarse su dinero y a pasárselo bien. Pero, incluso ganando, esto no ocurre. El Bingo lleva tristeza implícita. Otros juegos también. No todos.
Por supuesto, la sala de bingo también estaba llena.
El sábado fui a comer con otro amigo que hacía mucho, mucho tiempo, que no veía. Comida agradable y conversación brillante, por lo menos la suya. Lugar común: una comensal cerca con incontinencia verbal. Por momentos, me costaba mantener con coherencia mi conversación. Su aguda e incansable voz conseguía entrar en el espacio privado de mi pensamiento.
Después fuimos a tomar una copa. Era sábado por la tarde. El lugar lleno, gente bien vestida, con ganas de hablar y…de algo más. Era uno de esos ambientes en los que la inteligencia no es lo importante. Cuerpos esculturales y miradas no del todo brillantes, incitan a que la conversación gire buscando un sólo tema: ninguno. La palabra no es lo importante. Aquí lo reseñable es a qué lugar te lleve la no palabra: el gesto, la mirada, tu capacidad de seducción. Lugar común: sitios en los que se mira y se habla, pero no se escucha.
El domingo, ya fue de descanso. A pesar de lo que puede parecer leyendo la entrada, no suelo salir. 
Cual eterno retorno, este fin de semana me ha servido para ver que todo cambia para que todo permanezca igual. Y para formularme la pregunta que señalaba en el segundo párrafo: ¿dónde está la crisis económica? Bar lleno, bingo lleno, pub lleno y…bolsillos vacíos. No me sale la ecuación. Indagaré.

jueves, 26 de mayo de 2011

Modernidad, postmodernidad, ...


Todos los días hago muchos kilómetros. A la derecha La Mancha verde agonizando. A la izquierda La Mancha verde agonizando. Dentro del vehículo, las “ondas” transmitiendo información. Y en el horizonte…mi destino laboral y algo menos tangible: mi pensamiento.
La biografía del mundo ha cumplido muchos años en el último año, la de España también. Los cambios son constantes e inabarcables. No hay análisis sociológico que puede seguir de cerca la realidad, es demasiado escurridiza e imprevisible.
La realidad se lee desde unos conceptos que la fijan y la delimitan. Las lenguas se adaptan a las situaciones, pero siempre con penosa rémora. Hace unas décadas el discurso clásico ya no servía para clasificarla y ordenarla. Entonces apareció lo que se denominó como postmodernidad. Una suerte de discurso filosófico en el que priman unos nuevos conceptos epistemológicos, una deconstrucción de lo ya existente para crear nuevas epistemes.
La aparición de Democracia Real Ya rompe la carrera lineal de la historia que preconizaba Hegel. Este movimiento es deconstrucción, intenta romper lo establecido, pero no para ir hacia adelante (los hechos históricos nunca van hacia delante, no tienen perspectiva histórica. Si acaso son pasado, repeticiones de algo ya ocurrido), de hecho creo que es una vuelta atrás, y esto no es necesariamente malo. Olvidémonos de la falsa idea de que la historia tiene un “telos”. Vuelve a los orígenes de la Revolución Francesa. Al espíritu de esta Revolución. No es el añorado liberté, egalité y fraternité…pero el movimiento sí es libre, igual y fraterno. Es la humanidad sintiente y solidaria la que quiere hacerse oír.
No sé dónde ni cuándo terminará el movimiento, si la deconstrucción de lo ya establecido se producirá. Tampoco sé en qué devendrá. Pero sí sé que ha cumplido una función importante: la de hacernos saber a todos que todavía existe conciencia cívica y política. La sociedad no está adocenada y adormilada. Y eso es una muy buena noticia.
Creo que ya nada será igual. La debacle socialista, el zigzagueo del Partido Popular, la aparición de nuevas fuerzas políticas en el escenario parlamentario, el movimiento de “Indignados”, y la situación crítica que atraviesa España nos van a hacer vivir en los próximos y cercanos años nuevas realidades. Ya no valdrá el discurso postmoderno…ni tampoco servirá una vuelta a la modernidad. Nuestro nuevo mundo, y nuestra nueva España, necesitarán unas nuevas categorías, unas nuevas epistemes y unas nuevas lentes vivenciales. Las nuevas realidades fluyen demasiado rápido… Y no sé si conseguiremos aguantar el ritmo enloquecido al que nos someten. No hay pausa ni tregua.

En cualquier caso… y circunscribiéndome a la realidad actual, a esa que aún puedo apresar, sea el movimiento Democracia Real Ya clasificable dentro de la modernidad o de la postmodernidad, de lo verdadero o de lo falso, de lo efímero o lo perdurable, me alegro de que se haya producido.
Un abrazo.



viernes, 20 de mayo de 2011

Hume y los indignados

Hay cosas que se deben hacer sin pensar y otras que si se piensan no se hacen. Siempre he defendido la simplicidad de la idea ante la ofuscación de las palabras. A veces lo carente de reflexión, lo que nos aparece como verdad intuitiva, es lo adecuado.
A raíz del movimiento conocido como “Democracia Real Ya” los artículos de opinión inundan la prensa, anegan los blog, saturan las ondas y llenan de palabras nuestro pensamiento.
He leído artículos muy buenos defendiendo este movimiento, y otros igual de buenos que hacen una crítica furibunda. Argumentos de lo más variopinto han llegado a mí con la intención de que me afilie a su bando. Si bien he de decir que no lo han conseguido. Y voy a explicar por qué: creo, como me dijo un buen amigo el otro día, que estar a favor o en contra de este movimiento no es una cuestión de razón, sino de emoción. Él me habló del emotivismo humeano. La teoría ética que afirma que el fundamento de la experiencia moral no lo encontramos en la razón sino en el sentimiento que las acciones despiertan en nosotros. Estoy de acuerdo. Es mi estado de ánimo el que me lleva a simpatizar con esta pequeña rebelión cívica. Mi razón está contaminada por la excesiva información.
El pueblo está cansado de la falsedad con la que se reviste nuestro Estado de Derecho. Siendo esencialista con él no lo concibo sin una clara separación de poderes, sin unas listas abiertas  (las cerradas atentan, por definición, contra cualquier democracia) y sin un sistema electoral que no aplique la ley D´hont. Son requisitos imprescindibles de cualquier democracia que se precie.
No creo en el futuro del movimiento. Los humanos todo lo emponzoñamos. Sí creo en su honesto y digno nacimiento. Nace del cansancio del pueblo, de su legítima necesidad de reivindicar lo que considera justo. Las urnas de nuestra democracia están trucadas. Tienen un doble fondo que no permite que lleguen todos los votos. Son mágicas. Entra un voto y sale un desencanto. La rebelión cívica nace de ese mago llamado político. Coge nuestro voto y lo hace desaparecer en una suerte de vacua palabrería. Y España está cansada…muy cansada.
Como he dicho antes, no creo en el futuro del movimiento. Ya hay demasiadas voces intentando apoderarse de él. Sí creo en lo que  ha ocurrido hasta ahora. Ha sido algo espontáneo y limpio. No ha salido de la razón, ni de la ideología. Sí de las emociones. Y las emociones siempre son puras y sinceras. Es la esencia del ser humano la que se muestra en ellas.
No  busquen argumentos a favor o en contra. Sientan y…nos vemos en la calle. Aunque sólo sea por un día…sientan.
Adenda: por favor, respeten la jornada de reflexión. La fuerza del pueblo está en el respeto… ¡No la perdamos!

martes, 17 de mayo de 2011

La realidad y Tchaikovsky

Esta semana la realidad me está cercando peligrosamente. Mi habitual ensimismamiento está siendo atacado con virulencia por la campaña política. La televisión, la radio, los vecinos, la prensa…todos se han confabulado para impedir que pueda seguir habitando en mi particular mundo inteligible.
Por avatares del destino, en una de esas huidas de la realidad, me he acercado a Tchaikovsky. Concretamente a su Concierto para piano nº 1.  Creo que esta obra, aparte de ser magnífica, sirve de adecuada metáfora para explicar estos últimos días.
En la obra, el piano lucha con una imponente fuerza y radicalidad por imponerse a la melodía, que cual música de fondo nos lleva a mágicas y nostálgicas ensoñaciones. El piano es la realidad: dura, repetitiva, radical; mientras la melodía es sueño, belleza, encanto.
La obra es bella y contradictoria. Como lo es el sueño y la realidad. Como lo es la obra y el autor. En el Concierto para piano es Tchaikovsky, con forma de piano, el que no deja que la obra, con forma de melodía, triunfe. No admite el compositor que su música sea superior a él. Aunque siempre lo es. La obra siempre vence al creador.
Nuestra realidad es igual. La melodía de nuestra vida siempre debe ser superior al estridente sonido de la realidad. Nuestro mundo interior  es muy poderoso. Sus armas son la belleza, la ilusión, el recuerdo y la creación; mientras que la realidad exterior solo tiene un arma: lo efímero. La batalla está ganada.
Es verdad que nuestro mundo se llena de realidades y a ellas nos debemos remitir para configurarlo; pero también lo es que hay ocasiones en las que no debemos dejar que la realidad nos penetre; que nos circunde sí, pero nada más. Esta es una de esas semanas en las que nuestro mundo interior es el importante. La mentira, el insulto y la falacia llaman a nuestra puerta con cierto encono. No las dejemos entrar. El salón de nuestro interior está casi lleno. Esta semana sólo puede admitir un nuevo huesped. 
Un exhorto: que ese visitante sea  el Concierto para piano nº1 en Si bemol menor. Merecerá la pena.

martes, 10 de mayo de 2011

La verdad desnuda

Dos cuestiones de indudable actualidad han horadado la ataraxia del ciudadano. Y con bastante virulencia, por cierto. La primera es la constatación de una realidad que se anunciaba cual viento sahariano, con fuerza y reiteración, por los partidos “conservadores”. La segunda es el asesinato de Osama Ben Laden, el embajador de la muerte en la Tierra.
Temas controvertidos en los que el pensamiento ha de andar con sumo cuidado. La pluma mucho más.
La llegada de Bildu a las elecciones ha sido recibida, como suele ocurrir con cualquier cuestión, con disparidad de opiniones. Unos piensan que es una ganancia democrática. Otros que es un atentado contra el Estado de Derecho.
El asesinato de Osama Ben Laden también ofrece más de un perfil de opinión, aunque básicamente dos: los que valoran su muerte por encima de otra consideración, y los que apelan a los Derechos humanos y señalan que lo deberían haber detenido para ser juzgado.
Sirva lo anterior de breve preámbulo para situar los temas sobre los que quiero dar mi opinión.
El filósofo de la ciencia Imre Lakatos señalaba que las teorías estaban defendidas por unas hipótesis auxiliares que les servían de cinturón protector. Esto es, antes de llegar al núcleo central de la teoría había que pasar por esas hipótesis. Si desmontábamos las hipótesis, eliminábamos la teoría. En círculos filosóficos esto es conocido como falsacionismo sofisticado. Pues en la realidad ocurre algo parecido. A la verdad la cubrimos con círculos concéntricos, como si se tratara de una cebolla, para intentar desvelarla, consiguiendo lo contrario. Todos los argumentos, ideas, constructos, pensamientos, razonamientos, frases ad  hoc que se utilizan para analizar una verdad son como los cinturones protectores de Lakatos, nos alejan del núcleo de esa verdad. 
¿Por qué les cuento lo de Lakatos? Porque a veces creo que todo, absolutamente todo, es mucho más sencillo de lo que parece y de lo que queremos hacer que parezca. La verdad no necesita círculos concéntricos, necesita desnudez.
Los dos asuntos que ocupan esta reflexión han sido cubiertos con innumerables cinturones de protección. Mi verdad es: ha muerto un cruel asesino y se ha permitido que un grupo de personas que defienden a asesinos, que están en connivencia con ellos, puedan dirigir el destino de un pueblo.
No me alegro de que muera nadie, pero no me desagrada la desaparición del mayor arcángel de la destrucción de las últimas décadas. Lo de Bildu me ha parecido execrable: los “malos” vuelven a tener dinero y poder. El Estado se lo ha concedido. Sí, he dicho Estado. Montesquieu no ha llegado a España. Mientras los miembros del Consejo General del Poder Judicial y los del Tribunal Constitucional sean nombrados por los políticos, el Estado de Derecho es una mentira. Una más.
Reflexión final de un ciudadano: Bien lo de Ben Laden, mal lo de Bildu.
Reflexión final de una víctima (ya sea del terrorismo islámico o del terrorismo de ETA): Por fin se ha hecho justicia con el maldito Ben Laden; es humillante, denigrante e indigno que los asesinos de mi… estén en las instituciones públicas.
En fin…  

viernes, 6 de mayo de 2011

El retrato de Dorian Gray

Hay frases que se asientan en la realidad con la comodidad y seguridad que les otorga su supuesta verdad. Nosotros, en un ejercicio acomodaticio de falta de escepticismo, las adoptamos. Y las llamamos a filas siempre que alguna duda existencial nos inquiere. Ellas, siempre prestas, acuden a nuestra llamada para asegurar, o todo lo contrario, nuestras ideas. Son “verdades” que se instalan en el inconsciente colectivo en forma de refranes, aforismos, epigramas o sentencias.
Son “verdades” del estilo de: “segundas partes nunca fueron buenas”.  Su verdad radica en que son lugares comunes de los que no nos podemos fiar. Esto es, la única verdad que pueden defender es que carecen de ella.
Hace unos meses fui a ver una película que, sin embargo, sí que demostraba la verdad del aforismo anterior: “segundas partes nunca fueron buenas”. La película en cuestión es El retrato de Dorian Gray.
Oscar Wilde es el esnobismo hecho palabra. Sus discursos no buscan la verdad, buscan la belleza con la que deslumbrar y la sutileza con la que enamorar. Su delicada pluma es una extensión de su posicionamiento en el mundo. La palabra, cualquiera, que utiliza en un libro es una estudiada y fingida pose. Wilde dibuja en el papel, en forma de letras, toda la belleza de la que es capaz. Y es mucha. Pero no es la belleza rudimentaria, basta, bruta. No. Es la delicada, la esnob, la creada artificialmente, la sutil, la que se compone de pequeños e  insondables detalles. Oscar Wilde es el refinamiento en la palabra y la delicadeza en la mirada. Y todo el que se acerque a él debe haber bebido en sus mismas fuentes, las del esteta,  si no lo desvirtuará y lo falseará.
La primera película que se hizo sobre el genial libro (dirigida por Albert Lewin) está imbuida del espíritu wildeano. Como si el propio irlandés la hubiera dirigido. La segunda, la dirigida por el director Oliver Parker, es la antítesis del libro, y del propio Wilde. Es vulgar, evidente y de una claridad visual insultante  y previsible. Wilde nunca muestra, siempre sugiere. Un esnob huye de la mostración a la vez que adora la sugerencia. Las personas de buen gusto también.
Acabaré con un epigrama  en el que homenajeo al rey del aforismo: “Si uno está enamorado debe casarse, si después de casarse sigue enamorado, debe divorciarse”.
Es probable que el aforismo anterior sea uno de esos falsos que se terminan asentando con delectación en la sociedad. O puede que no. Puede que sea una de las pocas verdades que he escrito en este blog. O puede que no. Ustedes juzgarán.
Yo, por si acaso, nunca me tomo muy en serio.

sábado, 30 de abril de 2011

La banalización de lo sacro

Siempre he respetado la religión y sus símbolos. Puedo estar más o menos de acuerdo con lo que representa y lo que significa, pero nunca he manifestado ni mostrado desdén, falta de respeto o cualquier gesto o palabra que pueda ofenderla. No es mi estilo.
Acaba de pasar la Semana Santa y apenas se ha dejado sentir en las calles. La lluvia, que hoy también ameniza el día con su irregular cadencia, lo impidió.  Y es una lástima, por muchas y variadas razones. Incluso por una tan prosaica como la de escuchar las “marchas” de procesión. Mektub es mi preferida.
Sigamos con lo religioso. El domingo de resurrección, quizá uno de los dos días más importantes para los cristianos, asistí a un bautizo. ¡Qué mejor día para unos padres criados en la fe!
Las iglesias siempre me han invitado a la reflexión, al silencio y al respeto. El gesto, de manera automática, se vuelve circunspecto y la meditación acude a mí. Es el lugar en el que más soy yo. Es como si se desprendiera lo mundano que hay en mí con sólo  cruzar el umbral de lugar tan santo. Aunque es verdad que lo visito muy poco. Continuo. Fui con M. al bautizo. Nos sentamos en un banco situado a unos diez metros del púlpito. Mientras, el cura ultimaba sus preparativos oratorios. Cinco minutos que sirvieron para que mi natural curioso ejerciera de atento espectador.  Y esto fue lo que observé: poco decoro en la vestimenta, excesivo ruido e incontinencia verbal. He de decir que tampoco me sorprendió en exceso. Soy profesor y aprecio con bastante frecuencia la falta de educación de este gremio (sobre todo en los claustros de profesores). Gremio que debería llegar a la excelencia en la educación. Continuo. El cura dio comienzo al bautizo, pero las voces de los invitados seguían interponiéndose entre la homilía y el silencio. Inaudito. Después, ya en la mostración de la banalización de lo sacro, nos requirieron para que hiciéramos las fotos del bautizo al lado del púlpito. Imágenes religiosas, algarabía, risas, fotos, formaban parte de la nueva realidad. La técnica había invadido el lugar del enemigo…  Y nadie dijo nada.
Es esa nueva realidad que se está formando con inusual celeridad. Esa realidad en la que lo sacro, lo profano, lo místico, lo irracional, lo lógico y lo laico, se mezclan en una suerte de nueva religión. La dicotomía no es lo sacro y lo profano. Ya no existe esa tesis-antítesis. Ya ha emergido la nueva síntesis: la banalidad de lo místico.
La familiaridad, la cercanía con la que la gente se acerca a la iglesia, a lo sacro, a lo místico, viola y destroza su majestuoso silencio, el respeto que infunde y su señorío.  No hablo de las creencias de cada uno. Es un ámbito privado. Sí hablo de la facilidad con la que la banalidad y lo irrespetuoso han entrado en el mundo.  La relación que guardamos con la Iglesia ilustra el resto de relaciones. Todo está un poco “descafeinado”. Los valores pierden el valor objetivo que le asignaba Max Scheler.  El planeta viaja demasiado rápido hacia la galaxia del relativismo. La mezcla de lo profano y lo sacro así lo muestran.
Por cierto, la niña estaba preciosa.

viernes, 22 de abril de 2011

El diablo sobre ruedas

Hay días que se anuncian como si de una bella ensoñación se tratara. Otros, los más, ya desde el umbral de su llegada muestran que el realismo será el que guíe nuestra bitácora existencial.
Mis últimas veinticuatro horas han tenido ensoñación y realismo. El esplendoroso, inusual y cálido sol que ha saludado mis primeros pasos me ha imbuido de un optimismo y una ilusión invencible. He llegado a pensar que ninguna realidad podía vencer a mi creado y sólido ánimo. Como siempre, el tiempo ha ido cercenando mis ilusiones y mis esperanzas.
Heme aquí que he tenido que  aventurarme en la conducción. Sí, la lejanía  a mi usual destino me ha llevado a introducirme en el vehículo, ponerlo en marcha y, por supuesto, desear que nada ocurra. Vanos deseos, he entrado en el mundo de la maldad. El diablo sobre ruedas acecha.
Nada más salir de la plaza de garaje accedo a una rotonda muy transitada. Reconozco que la circundo con un poco de temeridad. Aunque sé, o creo saber, que no hay peligro, el coche más cercano está a unos veinticinco metros.  Cuando estoy saliendo de la rotonda, un ruido estruendoso e inesperado llama mi atención. Es el conductor del coche cercano mostrando la sonoridad del claxon de su vehículo. A través del espejo veo que gesticula en exceso, casi de manera histriónica diría yo, mientras mueve los labios con una velocidad inusual. Al llevar las ventanillas cerradas no consigo descifrar su mensaje, aunque me temo que no me está deseando buenos días. Seguramente es familiar mío. Creo que hace referencia a alguien de mi familia, pero no estoy seguro. En fin…levanto la mano y le digo adiós. Qué quieren que les haga, soy muy cumplido.
Sigo por la ciudad y otra nueva rotonda sale a mi encuentro. La abordo con cierta inquietud y temor. No sé qué me voy a encontrar. Puedo incorporarme a ella, el coche más próximo aparece en mi campo visual a unos cuarenta metros, no obstante decido esperar. Por si acaso. Esperando estoy cuando el coche que está detrás de mí toca el claxon. Vuelvo a mirar por el espejo y veo que el conductor, aunque no es el de antes, también gesticula de manera muy llamativa y mueve los labios. Intento comprobar si es tan cumplido como el anterior y también se acuerda de mi familia. Pero no. Este es de discurso diferente, apela a mi supuesta oligofrenia. Idiota, me llama. Yo, al principio un poco sorprendido, comprendo lo ocurrido en las dos rotondas. No he conducido según los cánones impuestos por los conductores anteriores, y han decidido insultarme. El primero se acordaba de mi familia, el segundo, ya con más confianza, directamente de mí. Por supuesto, siempre en sentido peyorativo. Y yo me pregunto, ¿qué hay en los coches, en la conducción, que hace que un ser humano “normal” se convierta en un “diablo sobre ruedas? Y yo me contesto: la frustración.
La frustración que acumulamos a lo largo del día o la semana ha de tener “salida” de alguna manera. ¿Y qué mejor lugar que en el coche? Ahí podemos hablar, gesticular, insultar, odiar…y escapar.  
En el coche es donde el Dr. Jekyll pasa a ser Mr. Hyde. Seres tranquilos devienen, con una velocidad pasmosa, en conductores agresivos y maleducados. La conducción puede servir de ejemplo sociológico para comprobar la supuesta “salud” de nuestra población. Estamos nerviosos, agresivos y tensos. La autovía de la cultura no está bien asfaltada: pequeños socavones, el “firme” en mal estado y una señalización errónea dificultan nuestra conducción. O modifican la autovía de la cultura, o cambia nuestra forma de circular por ella. Nuestra salud emocional está en juego.
La conducción agresiva es una metáfora de la época en la que vivimos. Y quizá nuestra forma de conducir también sea una metáfora de quiénes somos nosotros. Ya decía Freud en El malestar en la cultura que la sociedad estaba enferma, la represión de los instintos nos había hecho enfermar. Yo no sé si la causa que diagnósticaba el Dr. Freud como malestar de nuestra cultura es la acertada, lo que sí sé es que la sociedad no está del todo sana. Freud recetaba menos represión instintiva; yo, más modestamente, receto ... Bueno, que cada uno escriba lo que quiera.




viernes, 15 de abril de 2011

La impaciencia del corazón

Los seres humanos tienen debilidades. Yo soy humano, luego tengo debilidades. Este silogismo aristotélico sirva de preámbulo para mi siguiente reflexión.
El concepto “debilidad” tiene una acepción que camina de la mano de lo falto de vigor o fuerza,  y otra que pasea con la grata compañía del afecto. Yo, en esta ocasión, voy a ir a deambular con la debilidad entendida como hija de lo agradable o digno de afecto, o incluso amor, o incluso más allá.
La debilidad que hoy voy a abordar tiene un padre vienés, al que admiro. El hijo al que me voy a referir se llama La impaciencia del corazón y, como bien habrán adivinado los lectores, su padre es el prolífico y brillante Stefan Zweig.
La impaciencia del corazón es literatura, es filosofía, y es vida: es real. Nos acercamos a él y degustamos su prosa;  nos sumergimos en sus profundas connotaciones morales y saboreamos su lección de vida; y cuando hemos terminado su lectura, el libro empieza a formar parte de nosotros, asumiendo una vida que en un principio no poseía. Hofmiller, el protagonista de la novela. toma vida en nuestro corazón. Ya somos un poco él.
Es uno de esos libros, tres o cuatro en total, que merecen una liturgia especial. Debes abrirlo, leerlo, hacer una pausa, llevarlo a tu pecho, cerrar los ojos, acariciarlo, y después volver a abrirlo y repetir la misma liturgia. Su prosa te acaricia y tú lo debes acariciar a él. Se lo merece. Es ese nuevo hijo que  uno debe acunar con cariño hasta que duerme y descansa.
El libro habla de la piedad. O, mejor dicho, la piedad se ha hecho letra y nos habla a través de la prosa de Zweig. Platón hablaba de un mundo en el que estaban situadas las ideas perfectas de todo lo existente, el mundo inteligible. En el mundo terrenal, el que nosotros habitamos, sólo existían copias imperfectas de ese otro mundo. Pues bien, en La impaciencia del corazón existe el original de la idea de piedad. Bajó del mundo inteligible para posarse, y ya quedarse definitivamente, en la novela de Zweig. Si alguien quiere conocer lo que es la piedad, lea el libro. La verdad de la descripción de D.Stefan tiene más fuerza explicativa que la propia vida. Uno no necesitará vivirlo para comprenderlo. Ahora bien, si lo vive ¡cuántas emociones y recuerdos traerá la engatusadora pluma del vienés a su recuerdo!
Decía la mujer de Zweig, Friderike, que su marido tenía problemas en la composición de novelas “largas”. Es posible que sea así. Sus dos novelas de mayor extensión, La impaciencia del corazón y La metamorfosis de la embriaguez, sufren en su bello discurrir pequeños movimientos sísmicos. En la primera, La impaciencia…, debemos reconocer que cuando el personaje del doctor Condor relata cómo conoció a los Kekesfalva, sentimos que la explicación es prolija e innecesaria. Pero queda como pequeña anécdota ante la majestuosidad y grandeza de la novela; y del protagonista, el noble y digno de compasión y afecto Teniente Hofmiller.
Empecé el artículo hablando de la debilidad y así lo voy a acabar. Zweig nos muestra la debilidad que puede traer a nuestro corazón la piedad mal entendida. Puede ser peligrosa. De hecho, en italiano, el libro se tradujo como La pietá pericolosa. Título más certero, aunque menos sugerente.
La lectura de La impaciencia del corazón, permítanme el siguiente juego de palabras, trajo paciencia a un corazón que, en ese momento, estaba impaciente y débil. Gracias a Zweig encontró solaz y tranquilidad. Y eso es algo, como persona agradecida que soy, que siempre recordaré. Como dije en una entrada anterior, hay libros y hay amigos que siempre caminarán de la mano conmigo y con mi recuerdo. Éste es uno de ellos.