miércoles, 2 de noviembre de 2011

Presunción de inocencia

Mi despertar hoy no ha comenzado en los albores del día, en esas presurosas y aceleradas horas mis palabras se fajaban con ardor por impregnar el árido terreno en el que se yerguen las aulas, lo ha hecho cuando he leído <<Nadie puede saber lo que un hombre desesperado está dispuesto a arriesgar>>.
La frase de Soren Kierkegaard no me ha descubierto ninguna verdad, pero sí que me ha mostrado una evidencia que a veces se diluye con rotundidad y finura. Sí, ambas.
Hay otra frase que reúne los dos adjetivos anteriores y está asentada en el consciente colectivo como una verdad, pero me temo no lo es. La frase es: <<Todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario>>.
Es rotunda, lleva implícita la afirmación de un Universal y es <<fina>>, hay paradoja y juego en ella (demostrar lo contrario). Sin embargo, asisto con desagrado a que su verdad se difumina cuando buceamos en las entrañas de nuestro pensamiento. Sí, creo que no hay presunción de inocencia, sí de culpabilidad a la hora de acercarse al otro. A ese que Sartre llamaba <<el enemigo>>.  
El caso de Madeleine y el de los dos niños de Córdoba recientemente desaparecidos me inspira la anterior afirmación. ¿Por qué el consciente colectivo acusa a los padres, casi sin dejar que la duda haga acto de honrosa presencia? ¿Cómo puede ser que nuestra mente deje que aparezca y se instale en nosotros una idea tan terrible? ¿Es normal que sin pruebas concluyentes se afirme que unos padres, que ni siquiera conocemos, hayan ...?
Frágil es nuestra confianza en los demás. ¿Es falta de empatía? O más terrible aún: ¿es empatía?  ¿Aceptamos en los juicios que hacemos sobre los demás que en el ser humano predomina el no deseado  Mr. Hyde? ¿Es posible que aceptemos la presunción de maldad antes que la de bondad? Preguntas de las que no quiero una respuesta, solo quiero una cosa: presunción de inocencia.
No nos lancemos con el vocabulario de la iniquidad a por los demás. Juzguemos con ecuanimidad y mesura. La suposición y el rumor son malas compañías, nos llevan a hundirnos en el lodazal de la maldad. Y en los lodazales existenciales el que perece siempre es uno mismo.



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