lunes, 14 de marzo de 2011

El impenitente y anónimo narrador

Decía Oscar Wilde que si las cosas  no se cuentan es como si no hubieran sucedido. El nombrarlas, el someterlas a vocalización, les confiere realidad y, por lo tanto, existencia. Valga este breve preámbulo como comprimido circunloquio. Vayamos raudos y sin zigzagueos a la cuestión que guía mi teclear.
Debido a la tragedia ocurrida en Japón, determinados “lugares comunes” me han hecho ver algunas cosas que antes sólo miraba.
Han muerto muchas personas, el pueblo japonés sufre… Miles de familias lloran la pérdida o la ausencia de algún ser querido, la humanidad siente el dolor ajeno... Sí, es verdad. Hasta aquí cuento cosas que todos sabemos.  
Pero, ¿se han fijado ustedes en que siempre hay alguien presto a contar la trágica noticia,  y en sus palabras, en el tono de su voz, no apreciamos aflicción, y sí ganas de ser escuchado? Me refiero al espectador accidental o casual, no hago referencia al “profesional” de la noticia. Sí al  que se acerca a ésta con una celeridad inusual y una pasión desconcertante para darnos su opinión sobre lo ocurrido. Ese personaje que llena la pantalla con su presencia mientras vacía su humanidad con cada palabra que profiere.
En el espectador casual la tragedia pasa a un segundo plano, deja el papel principal al ego. La noticia se desembaraza de su contenido para que ese “yo” pueda reivindicar sin ambages su protagonismo en la tragicomedia llamada “vida”. Incluso se puede afirmar que, algunas veces, se aprecia cierta delectación en este ocasional  narrador, aunque lo luctuoso lleve el hilo conductor de la narración, al igual que el terrorífico esplendor de un rayo dirige la temible tormenta.  
Este narrador ocasional aparece con certera e incomprensible puntualidad en los crímenes, cuando los periodistas entrevistan al que acerca sus interesados y rápidos pasos a la pregunta. Siempre hace acto de presencia para manifestar el “parecía un chico normal. Era una buena persona. No se relacionaba mucho con los demás. Era amigo de mi primo. Era…”. Pero aunque esté verbalmente refiriéndose a otro, toda su atención está fijada en sí mismo. Es su ego pisoteando a la circunstancia por un poco de notoriedad.  
Por muchas veces que lo haya visto, no deja de impactarme.  
El narrador, sin tener en cuenta lo luctuoso del momento, intenta vencer a lo narrado. Pero…ni gana el narrador, ni gana lo narrado. Porque cuando la muerte llama sin avisar… sólo gana el absurdo existencial.




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