sábado, 5 de marzo de 2011

Verano azul

Mientras el café intenta que mi abotagada mente vuelva al mundo de las percepciones, la televisión consigue que mi recuerdo se manifieste con inusitada nostalgia. Un programa en el que se analiza el turismo en España en las últimas décadas trae al presente aquellos veranos tan llenos de sueños, ilusiones y, a veces, realidades.
Entre la memoria y la nostalgia aparece también la reflexión. Mis divagaciones siempre suelen ir acompañadas de un prurito de reflexión que las aclare, las matice y las haga más comprensibles. No es lo deseable, pero es.
En el programa se nos muestran las melódicas canciones de la época, los españoles exhibiendo sus no siempre cuidados cuerpos en las playas, las exuberantes (y añoradas) suecas, a José Luis López Vázquez corriendo sin descanso tras ellas, las primeras edificaciones junto a la playa, las paellas en los chiringuitos, y otra serie de elementos comunes que forman parten del patrimonio de memoria “veranistica” de los españoles.
Yo, por entonces, comenzaba mis dubitativos pasos en este mundo. Aunque he de decir que, después de muchos años, aún siguen siendo dubitativos. Tienen más celeridad y mejor apariencia, pero en el fondo son como los de entonces: indecisos, inseguros y, posiblemente, errantes.  
Perdonen la digresión anterior. Continúo. La reflexión me muestra dos Españas: la inocente, tierna, atrasada y cándida; y la actual, la veloz, avariciosa y egoísta. Ahora todo es mejor en el sentido de progreso técnico. Pero tengo la impresión de que en ese camino que nos ha llevado a donde hoy estamos se han extraviado muchas cosas importantes. Se han perdido valores: honestidad, gratitud, bondad y generosidad, ente otros. 
Somos otra España, una España europea. Nos acercamos a Europa buscando la técnica, como bien recomendaba nuestro admirado Ortega y Gasset. Pero hemos dejado olvidados en Europa, o en lugares más recónditos, lo bueno que tenía el espíritu español. Era un pueblo llano, hospitalario y agradecido. Y hoy es un recuerdo de todo eso. Importamos lo mejor de Europa, pero exportamos lo mejor de España.
El progreso técnico trae calidad de vida exterior, pero vacuidad interior. Si la educación no acompasa la innovación tecnológica, el país perece. Lo matan sus propios ciudadanos.  A España no le ha pasado, pero denle tiempo.


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