Me gusta el otoño, tiene un color como de ensoñación. No es deslumbrante y nítido como el verano, ni tiene los altibajos cromáticos de la primavera, ni el inquietante oscuro del invierno. Es real, pero difuminado, sin tanta transcendencia, aunque con cierto señorío.
Es limpio, su temperatura lo hace serlo. Es maduro y reflexivo.
Yo estoy en el otoño de mi vida, en esa época en la que están asentadas nuestras convicciones y se disfruta de una mentirosa tranquilidad. Nuestras ilusiones han sido calmadas por el ya excesivo paso del tiempo y todo se vivencia con un tranquilizador y cómodo estoicismo. Mientras llega el terrible invierno, que confiamos se dilatará hasta perderse de vista, vivimos en el plácido otoño.
El verano queda excesivamente lejano y a la primavera de nuestra vida solo volvemos cuando necesitamos rescatar salvadores recuerdos. Pero, aun siendo importante, casi ya no tiene validez. Ahora es otoño, un nuevo otoño que, como casi todos, no inquiere.
En esta estación vital se acomoda uno en su envoltorio, en ese creado con innumerables renuncias, y deja pasar esas traidoras horas que ya no volverán.
Acabo de leer un extracto del discurso que Steve Jobs pronunció en la Universidad de Stanford el 12 de junio de 2005 y he decir que, aparte de que me ha conmovido, ha hecho que las hojas caídas de esta estación levanten el vuelo y quieran nuevo acomodo. Permítanme que les transcriba dos párrafos: <<Durante los últimos 33 años, me miro al espejo todas las mañanas y me pregunto: si hoy fuera el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que estoy a punto de hacer hoy? Y cada vez que la respuesta ha sido no durante varios días seguidos, sé que necesito cambiar algo. Recordar que moriré pronto constituye la herramienta más importante que he encontrado para ayudarme a decidir sobre las cuestiones importantes>>. Tras su despido de Apple: <<Estoy convencido de que lo único que me permitió seguir fue que yo amaba lo que hacía. Tienen que encontrar eso que aman. Y eso es tan válido para su trabajo como para sus amores (…) Si todavía no lo han encontrado, sigan buscando. No se detengan. Al igual que con los asuntos del corazón lo sabrán cuando lo encuentren>>.
Uno de los consejos de Jobs sigue las directrices de lo que ya dijo Píndaro: <<Llega a ser el que eres>>. O lo que exigía Ortega de cada uno de nosotros, que no falseáramos nuestra realidad.
Cuando uno ha llegado a su otoño se acepta esa realidad, aunque sea falsa. Y he aquí cuando ya no puedo aceptar lo que acabo de escribir y mi pluma se rebela. El otoño debe exigir búsqueda, no certezas. Nuestro otoño requiere que seamos pindarianos. No podemos no exigirnos. Nos lo debemos.
¡Fuera comodidades y falsas certezas! Hay que buscar… ¿Buscar qué? Aquello que somos y para lo que hemos nacido. Nuestra vocación.
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