viernes, 1 de abril de 2011

Sinfonía en Do menor

Escribía Beethoven sobre el comienzo de su Quinta Sinfonía, esa en la que tres trágicas y sonoras notas desembocan en una cuarta grave que las envuelve y las magnifica, que era como el destino cuando llama a nuestra puerta invocándonos una respuesta, esa en la que nos va la propia vida. Como cuando él decidió, a los 42 años (fue el momento en el que oyó con trágica rotundidad su propia música) retirarse del mundo y dedicarse únicamente a componer. Su último fracaso emocional lo empujó a ello, para deleite nuestro.
Es verdad que el destino amenaza con llamar a nuestra puerta en numerosas ocasiones; pero sólo amenaza. El destino es nuestro Mefistóteles particular, y sólo una vez, recuérdenlo bien, sólo una, llama de verdad. Es el momento en el que el magnífico comienzo de la Quinta Sinfonía se nos hace presente esperando una respuesta. Hasta entonces sólo oiremos conatos de llamadas, música que sin vigor impele a nuestros oídos en busca de respuesta. Pero el destino tiene el vigor y la sonoridad del “Sol-Sol-Sol-Mi bemol”. Ese comienzo de la Sinfonía en Do menor en el que tres cadenciosas y repetitivas notas nos conducen hasta una cuarta, redonda y profunda, suspendida en el aire, que anuncia que ha llegado el momento de la verdad. Cuando oigamos ese triple Sol que anuncia la llegada del Mib, debemos saber que estamos en el momento decisivo de nuestra vida: ya no hay marcha atrás. El destino implora la respuesta definitiva.
Hasta que llega ese decisivo instante, la vida es como la Séptima Sinfonía de nuestro admirado maestro: suave, delicada y bella. La vida, como la música, avanza cadenciosamente, envuelta en un halo de agradable complicidad con nuestras ilusiones. Por momentos, la música, al igual que la vida, nos sobresalta, para después volver a su sugerente y envolvente melodía. La vida, al igual que la música, es inextricable. No es razonable, es sintiente. La música, al igual que la vida, es un canto a la armonía. Nada sobra, nada falta, nada es necesario…excepto la música y la propia vida.
Pero se acaba la Séptima, siempre he afirmado lo efímero de lo bello, y llega la Quinta Sinfonía, siempre llega, y nos hace la pregunta definitiva.  De nuestra respuesta depende nuestro futuro. De la sinceridad de esta respuesta depende nuestra verdad: cumplir aquel famoso adagio de Píndaro: llega a ser el que eres.
Y ahora, perdónenme, mientras me llega el momento, ése en el que las cuatro notas inquirirán mi verdad, me seguiré deleitando con la Séptima Sinfonía en La mayor. Es posible que se hayan escrito cosas mejores y más bellas, es posible. Pero ninguna me sugiere lo que ésta Sinfonía: heroicidad, valentía, lucha y belleza. ¿Acaso existen valores que nos acerquen más a lo sublime? Ahora bien, si nos conformamos con lo simplemente bello, me permito recomendarles la Tercera Sinfonía (Heroica). Ésa que compuso pensando en Napoleón.
Ya deciden ustedes: ¿lo bello o lo sublime? ¿Tercera o Séptima? ¡Y, atención, la pregunta definitiva!: ¿Sol-Sol-Sol-Mib?

2 comentarios:

  1. Enhorabuena, José Manuel, por tus certeras ideas y por el bellísimo celofán con que las envuelves. ¡Nada menos que la Quinta y la Séptima sinfonías del “divino, divino Ludwig van”, como berreaba Alex mientras era sometido al tratamiento Ludovico en “La naranja mecánica”. Tal vez como te pase a ti, yo las tengo ambas sinfonías juntas en el mismo disco, en la difícilmente superable versión de Carlos Kleiber dirigiendo a la Filarmónica de Viena.
    Sí, la Séptima es un sereno himno en que parece festejarse la belleza de la vida (sobre todo en el sublime segundo movimiento), mientras que la Quinta empieza muy seria, acuciante, llamando con urgencia a tu puerta para que tomes graves decisiones. No sé tú, pero yo he escuchado los apremiantes compases de la Quinta en varios momentos de mi vida, en que era consciente de estar tomando decisiones con consecuencias de largo recorrido. Cogiendo en préstamo una distinción de Thomas Kuhn, eran momentos de “vida extraordinaria”, que luego iban seguidos de más prolongados y normalmente dichosos remansos de “vida normal”, en que la Séptima desplazaba a la Quinta. En otras ocasiones, en cambio, me he dado cuenta de que he atravesado por una encrucijada importante sólo a toro pasado, cuando ya las consecuencias estaban presentes y el punto de inflexión que me llevó a ellas había sido tan diminuto que me pasó desapercibido. Aquí no experimenté nada parecido a las cuatro primeras imperiosas notas de la Quinta.

    Juan Antonio Rivera

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  2. Estimado Juan Antonio, gracias por comentar. Pero, por favor, rebaja el nivel de tus comentarios, dejas mis entradas a "ras del suelo".
    ¡Divino, divino Ludwig!
    Para el que quiere conocer mejor al genial compositor recomiendo el libro de Romain Rolland (Beethoven). También me permito recomendar, es el momento, cualquier libro de Juan Antonio Rivera (Lo que Sócrates diría a Woody Allen, Carta albierta de Woody Allen a Platón, Menos utopía y más libertad, El gobierno de la fortuna). Nunca defrauda.
    Un abrazo.

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