miércoles, 8 de diciembre de 2010

LO-LI-TA

Noche típica de diciembre en Castilla la Nueva. La lluvia con su suave crepitar acompaña el inconstante golpeo de las teclas del ordenador. Fuera el sonido es rítmico e irregular. Dentro es acelerado.
Un amigo me ha preguntado si le podía sugerir el título de un libro. Y la verdad es que enseguida, por asociación de ideas, me he ido al maestro. A Gabriel García Márquez.
¿Puede haber algún título más bonito que Cien años de soledad, o que Crónica de una muerte anunciada? ¡Qué bien titula Márquez! También La insoportable levedad del ser de Kundera merece estar en el pódium. Pero ahora no les voy a hablar de títulos, sí de comienzos. También aquí es grande D. Gabriel.  
Es muy difícil encontrar uno mejor que el de Cien años de soledad. Creo que el de Scaramouche, no le queda muy lejano. Pero me parece que he hallado uno que lo supera. Lolita de Nabokov. Léanlo y ya me dicen. A mí me parece extraordinario.
LOLITA
“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Mi pecado, mi alma. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta.
Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuan­do firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita”.

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