miércoles, 23 de febrero de 2011

Valor de ley

El otro día dije que iba a hablar sobre la película Valor de ley. Y lo prometido es…como kantiano que intento ser, cumplido.
La historia tiene toques cohennianos, mezcla realismo con pequeñas dosis de surrealismo. Entre los actores destaca Jeff Bridges, mi favorito para ganar el Oscar al mejor actor este año. Sobre otras cuestiones de la película no me voy a pronunciar. Me voy a centrar en la primera pregunta que la gente suele hacer cuando te inquiere sobre la calidad de la misma: ¿te ha gustado? Mi respuesta es…sí.
Fui con M. A ella no le gustó. ¿La recomendaría? No lo tengo tan claro. Y ustedes se preguntarán, ¿pero, al final, qué me quiere decir el autor de este blog: he de ir a verla o no? Pregunta licita ante mi esquiva toma de posición.
Creo que la película les gustará o no dependiendo de su biografía personal. Esa es mi respuesta, y lo siguiente mi aclaración: a mí me gustó porque hay dos valores que en la película se muestran con una rotundidad que, por momentos, podemos calificar de sublime: la amistad y el valor. Dos valores que me emocionan cuando hacen acto de presencia (los tengo en mucha estima), y que siento que alejan su presencia de la sociedad con excesiva celeridad…que están en triste extinción.
La amistad y la valentía se nos muestran en la película con una clarividencia y una fuerza visual que supera al mejor de los ensayos que se acerque a desmenuzar su verdad. Son dos valores que sólo sabemos si los poseemos en situaciones “límite”. En momentos en los que la situación está por encima de nosotros y en los que, casi sin reflexión, se realiza la acción. Sólo ahí, en esos instantes en los que la circunstancia nos llama con todo su esplendor y adversidad, sabemos quiénes somos: si valientes y amigos de nuestros amigos, o todo lo contrario.
Aristóteles decía que con la repetición de actos vamos adquiriendo hábitos que, al final, terminan formando parte de nuestro carácter. Es posible que así sea. Quizá si somos valientes diez veces, podamos afirmar que también lo seremos la undécima. Pero para el que no ha tenido la posibilidad de ser valiente nunca, sólo sabrá si lo es llegado el momento. Ese en el que destino nos implora una respuesta, y nosotros debemos decir el “sí” más rotundo.

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