martes, 25 de enero de 2011

Momento de cosificación

Hay experiencias que vistas desde la lejanía son dignas de ser admiradas. Pero la admiración sólo soporta y aguanta la distancia. La cercanía cercena toda su aura.
Desde pequeño he sentido cierta idolatría por los escritores que, parapetados en su caseta, firmaban con su elegante caligrafía sus magnas obras. Por momentos me hubiera gustado ser uno de ellos. Recibir la sonrisa y el agasajo del público. Ver en la mirada del lector el triunfo de mi obra.
El tiempo y mi forma de asentarme en la realidad me han llevado a escribir, a querer contar historias y narrar apreciaciones personales. También he devenido escritor firmante. Hace un año me enfrenté a ese anhelo cumplido.
He ahí que cambió mi forma de percibir la deseada situación. El escritor no es el que disfruta con la firma, el que se siente agasajado por los lectores. Es más bien el que trae a colación uno de los conceptos más manidos de Marx: el de cosificación. Ese concepto me envolvió durante las dos horas que dejé mi firma en mi obra. Ya no fui persona. Me convertí en alguien observado, comentado, denostado, alabado, curioseado, ninguneado y… Mientras todas las sensaciones me atacaban con un exacerbado ímpetu, mi única defensa era agachar la cabeza y alargar la firma en busca de unos segundos de ocultación.
El libro se convierte en pretexto para que los demás te observen como si fueras también un libro que se puede leer. Ellos, muchos, te miran y tú lo único que puedes hacer es suplicar que alguien se acerque para firmar un libro. Y no por las ventas que se deriven de este acto, sino porque mientras firmas te escondes y desaparece la cosificación. Vuelves a ser persona, aunque sea escondido bajo el exiguo velo que te proporcionan las hojas que has de dedicar.
La sociedad ha convertido al escritor en libro. No interesa tanto su escritura como él. Las palabras han perdido la batalla contra la imagen. Y ante eso sólo puedo decir una cosa: la palabra impresa perdura, la imagen es evanescente, como lo somos nosotros: efímeros humanos.

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