sábado, 22 de enero de 2011

Recuerdos...a "mano"

El cine tiene la capacidad de abstraernos y  de hacernos soñar. A la vez que consigue que entremos en un mundo donde desaparece el pasado, el presente y el futuro. El momento del disfrute de la película es atemporal. Por  lo menos ahora. En mi mocedad (permítanme éste término en desuso) el cine carecía de pasado y presente, pero no de futuro. Un encantador tiempo por venir se vislumbraba en el horizonte siempre: ese en el que le cogía la mano a la chica.
Hoy todo es más prosaico. Incluso las películas han ido perdiendo calidad con la misma celeridad con la que yo he ido cumpliendo años: bonitos, rápidos, ligeros, pesados, lentos, entrañables, aburridos, … años al fin y al cabo.
Uno va al cine y ya no hay mano que coger. O por lo menos no con la emoción de entonces. Ya sólo nos queda la película. Antes se pagaba la entrada por la mano de la chica y, si acaso, por las imágenes de la gran pantalla. Hoy se paga por la película y por las voces del que se sienta cerca de ti, por el que no para de mover el pie haciendo que tu sillón se mueva, por el que comenta todas las incidencias, por el que come palomitas con sonido digital, por el que lucha con su brazo por robarte tu parte de asiento, por el que se levanta a media película para ir al baño, por el que no para de toser. Por todos esos y por la película es por lo que uno va al cine. ¡Cuánto añoro mi  mocedad! Posiblemente también ocurriera todo lo anterior. Pero yo no estaba en el presente. Permanecía en ese tiempo futuro en el que decidir cuándo acercar, con sigilo y delicadeza, mi mano a la de la chica que me acompañaba.
Por cierto, tanto dilataba el futuro que a veces terminaba la película y yo aún estaba dilucidando cuál sería el mejor momento para acometer tamaña empresa. Ahora, instalado en la lejanía y en la edad, comprendo por qué razón ninguna me quería de pareja: mucha reflexión y poca acción.

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