jueves, 6 de enero de 2011

Queridos reyes magos:

Hacía tiempo que no la veía, pero el espíritu infantil de M., me ha empujado a ello. En un lugar de la Mancha, en una capital de provincia, he asistido, no sé cuantos años ya que no lo hacía, a la cabalgata de reyes.
M., decía que merecía la pena verla, aunque sólo fuera por apreciar la cara de felicidad de los niños ante el paso de los reyes de sus sueños. Como siempre, M., tenía razón. Sólo por ver la dicha reflejada en sus rostros, su algarabía, su alegría, nuestra espera estuvo bien fue justificada. Ahora bien…el paso de la cabalgata también dejó en mí otras reflexiones.
Entiendo que una cabalgata de reyes sea eso: una cabalgata de reyes. Las carrozas reales, unos pajes y alguna banda de música que acompañe a tan ilustres majestades. Lo que yo vi ayer fue un dispendio de dinero público y, lo que es peor, un derroche de mal gusto del que no me pude librar. Comparsas de carnaval, moros y cristianos, carrozas con música estruendosa incorporada… Por momentos, parecía de todo menos una cabalgata de reyes.
Una vez más se confirman mis temores de que el lema que guiaba los designios del imperio romano también lo hace con los nuestros: “pan y circo”. Aunque  me temo que el pan escasea. En una época como la actual, el dispendio que hizo ayer el ayuntamiento me parece una ofensa a todos los ciudadanos. Cabalgata sí. Pero de reyes, no de moros y cristianos o carnavales, y con moderación. Es cuestión de estilo y respeto. En fin…
Después fuimos a tomarnos una cerveza. Elegimos un local de buen ambiente, buenos platos y, lo que es más importante, buen vino. En esas estábamos, degustando un buen Rioja, cuando se produjo una conversación que me llamó la atención. No presté mucha atención, no me gusta ser indiscreto, pero no pude evitar escucharla. Estábamos muy cerca.
Una chica se acercó a la barra y pidió una copa de vino tinto. La camarera, muy atenta, le preguntó cuál prefería (permítanme que no  diga las marcas), si uno con tempranillo y garnacha, o el otro con syrah y monastrell. La chica se quedó pensando. La camarera esperando. Cuando el incómodo silencio empezaba a pesar, la camarera le dijo que el primero valía 3,50 y el segundo 2.10. La chica calló. Durante unos segundos no dijo nada. ¿A qué decisión más difícil se tenía que enfrentar? Si antes de decirle el precio, la respuesta, ante su desconocimiento, era clara: cualquiera. Ahora se sentía condicionada por el precio. Si pedía el caro se sentiría mal por haber gastado más dinero de manera innecesaria. Aunque siempre, supuestamente, se llevaría el mejor. Si pedía el más barato, la camarera pensaría que se había dejado influenciar por el dinero, y tendría una mala impresión de ella. ¿Qué hacer? La respuesta era complicada. Tomara una u otra decisión sentiría que se estaba equivocando. A veces el exceso de información no es bueno. Ella hubiera preferido no saber el precio. Tenía dos posibilidades y una elección, que fuera la que fuese, le dejaría la sensación de equivocación. ¿Qué hacer en una situación así? ¿Qué haría yo? ¿Qué hizo la chica? Creo que son situaciones que hay que llevar estudiadas de casa. Uno se lo debe plantear antes de que se produzca la situación para que cuando llegue el caso tener claro qué hacer. Aunque esto no asegure que lo hagamos. A la segunda pregunta, respondería con un…creo que me hubiera ido a por el vino caro. No hubiera soportado ningún matiz de despecho en la mirada de la camarera. Y a la tercera, ¿qué hizo la chica? No lo sé. Justo en ese momento nos fuimos. Aunque yo creo que eligió el segundo, el barato. Las mujeres tienen más sentido común que nosotros.
Y ya, para terminar, haciendo referencia al título de esta entrada pediré mis deseos: …

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