viernes, 5 de noviembre de 2010

CAMBIO DE APELLIDOS

Acabo de encender la radio del coche. Últimamente, y debido a la ingente cantidad de kilómetros que he de hacer para ir a trabajar, se ha convertido en una buena compañera de viaje, matizando que siempre dependiendo de los contertulios que me acompañen ese día.
Una sorprendente noticia llega a mis oídos: "Una nueva ley para que en caso de disputa matrimonial en el orden de los apellidos que deba llevar el vástago, o como dirían otras la vástaga, se imponga el que ocupe el primer lugar en el abecedario". Me temo que gente tan ilustre como los Rodríguez pueden terminan extinguiéndose. Y es que este gobierno es capaz de eso,y de más. El gran Ortega, de vivir ahora, correría peligro. Y ya no digamos Unamuno.
Durante media hora he oído todo tipo de razones a favor y en contra de la medida. Razones de lo más variopintas iban confirmando lo que yo siempre he sospechado: mi ignorancia supina. No podía imaginar que de una cuestión tan fútil se pudiera hacer tesis.
Resulta que también me he enterado de que el cambio en el orden de apellidos ya se podía hacer desde 1999. ¡Ay, si lo hubiera sabido antes mi mujer! La novedad en la nueva ley socialista es que en caso de disputa familiar, una nueva que añadir a las que ya de por sí se inventan los matrimonios, no se impondrá la línea patriarcal, sino la abecedarial.
Después de oír las razones a favor y en contra de la media de los ilustrados contertulios he de confesar que mi asombro del principio, por darle importancia a una noticia que yo creía que no la tenía, ha sido fruto de mi incapacidad de leer más allá de lo evidente. De no saber leer la realidad con claridad.
¿Acaso hay algo más importante en España en estos momentos? Yo pensaba que sí. Pero al ver que las ondas han dedicado tanto tiempo a debatir la cuestión; que los informativos del mediodía abrían con esa noticia y que incluso compañeros de trabajo la comentaban, he de admitir que estaba equivocado.
Me alegra saber que mi gobierno se preocupa de las cosas realmente importantes y que los medios de comunicación son los guardianes de las cuestiones que a los ciudadanos realmente importan. En cuanto a mí, no importa. La realidad me ha mostrado una vez más mi estupidez. Yo me preocupaba por el PIB, por la deuda española, por las cifras del paro, por las novedades editoriales, por... Ya me lo dijo mi padre, ¡hijo mío, qué raro eres!
Por cierto, menos mal que soy Elea.

2 comentarios:

  1. Bienvenido, Ariel, intentaré ser un fiel seguidor de estas libérrimas disquisiciones.
    Mire usted por donde, por una vez no me apunto al coro de voces que claman contra las habitualmente insustanciales ocurrencias zetapianas. Desde hace muchos años ya (desde Aznar, por cierto), los padres pueden elegir el orden de los apellidos del hijo. La cuestión es que, en caso de desacuerdo, prevalece el del padre. Esto, obviamente, es una arbitrariedad. De acuerdo, el alfabeto es otra arbitrariedad, y la solución es, como supongo que finalmente quedará fijado: el sorteo. Así no hay sexismo de tipo alguno. No sé qué hay de malo en esta reforma.
    Saludos y felicidades por la bitácora.

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  2. Estoy de acuerdo con usted, estimado NSS. A pesar de que esto no es Estados Unidos donde el apellido de la mujer desaparece, no hay razón para que el hombre deba tener ventaja sobre la mujer en la prevalencia en el orden de los apellidos. Lo que ya me resulta más dudoso, como usted bien dice, es el criterio elegido. Y lo que ya me resulta digno ser articulado, y por eso lo he hecho, es la cantidad de información que ha generado la ley y en la fecha que se ha hecho pública. Las noticias agoreras sobre España han sido tapadas, camufladas, por esta cortina de humo que ha lanzado el gobierno. Y todos somos complices de la difusión de la misma. En mi artículo está la prueba.
    Se le sacó el jugo al cambio de gobierno, a las buenas, y zigzagueantes, noticias sobre ETA y...¡peligro, llegaban las cifras del paro!
    El gobierno juega con los ciudadanos y nosotros participamos del juego.
    Un saludo y gracias por comentar.

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