domingo, 28 de noviembre de 2010

EL SITIO

A veces debemos asistir a cenas o comidas que nos apetecen muy poco. Bien porque los comensales no sean los que nos llevaríamos a una isla desierta, bien porque nuestro carácter cada vez se acerca más al del lobo estepario.
Hace unos fines de semana tuve que asistir a una comida. Las excusas de rigor no me sirvieron. El anfitrión no entendió mis, en principio sutiles negativas, ni tampoco el claro “no” que le dije en dos ocasiones.
Estas comidas son pruebas para comprobar la capacidad de socialización que tenemos y la de atracción que ejercemos. Nos lanzamos al mundo de la trivialidad y de la empatía y se empieza a jugar una batalla de la que no sabemos el resultado final hasta que la velada acaba.
A veces hay que ser astuto e intentar contar con los elementos. Estos, en este tipo de reunión, suelen consistir en elegir quiénes van a ser tus compañeros más cercanos de mesa. Si eliges bien, triunfarás. O, por lo menos, no te quedará la siempre triste sensación de que ya no eres capaz de relacionarte con cierta normalidad.
Mi comida comenzó con una buena elección. El comensal de mi derecha era un contertulio agradable y respetuoso. El de la izquierda, no tanto; pero ya daba igual. Había encontrado un aliado en la mesa que me confirmó que yo aún seguía valiendo para eso de las relaciones. El chico de enfrente también reafirmó lo anterior, cada vez que yo hablaba él prestaba una no fingida atención.
Acabó la comida y empecé a reprocharme  por qué no me relacionaba más con la gente. Había pasado una agradable tarde  y mis temores del principio aparecieron como infundados.
Después alguien propuso ir a tomar unas copas. No sabía muy bien si me apetecía, pero me dejé llevar. ¿Por qué no?
Llegamos al pub los once comensales. Empezamos a pedir copas y los grupos se fueron haciendo. He ahí que me encuentro en mitad de ninguna parte. Se forman cinco dúos y yo me quedo con mi monólogo interior, que en ese momento sólo está compuesto de silencio. Empiezo a beber la copa con tragos que no tienen tregua. Veo en el espejo de enfrente cómo el vaso se apalanca en mi boca cada segundo. Es una forma de tapar la cara y maquillar mi soledad. La gente habla cerca de mí, pero yo no existo.
De repente, vuelven mis reflexiones del principio, incluso agrandadas. Y me confirman que yo no debería haber ido a esa comida. Quince minutos después, la copa se ha acabado y ya no tengo excusa. Estoy solo, solo, solo. Una nueva copa, con los previos que eso conlleva, acércate a la barra, pídele al camarero, espera…, me hace olvidarme por unos segundos de esa soledad que cual espada de Damocles amenaza con acabar con mi tranquilidad. Vuelvo a la mesa y alguien, ¡aleluya!, me pregunta algo. Situación que aprovecho para volver a entrar al mundo de las relaciones. La noche se acaba y cada uno se vuelve a su casa.
Mi lectura es amplia. La comida ha sido agradable porque he tenido la suerte de estar cerca de una persona que era afín a mí. Mi elección fue la adecuada y conté con la benevolencia del azar, nadie se situó entre nosotros. Después vino la tarde en el pub. El azar ya no jugó en mi favor. Se hicieron dúos y llegué tarde, o más bien no llegué. Y en este tipo de situaciones nadie deja escapar al otro. Es la presa que nos va a servir para mostrarnos a nosotros mismos que tenemos don de gentes, que nos sabemos socializar y que a la gente les gusta escucharnos. Es el oyente que en un pub no se deja escapar. Si llegas tarde a por tu presa, la soledad más terrible cae sobre ti. Yo llegué tarde.
Al final me queda la impresión de que el éxito o el fracaso de un acto social no depende de ti. La cuestión es mucho simple, depende de quién se siente cerca en la comida, y quién se encuentre en el momento oportuno cerca en el pub. Ese instante en el que uno ha pedido la copa y debe comenzar a hablar.
Corolario del ejemplo anterior: no lo tengo.
Seguiré negando en la medida de lo posible mi asistencia a actos públicos. Yo con mi vino y con M., estoy muy a gusto. Sé que si hay alguien que se va a sentir solo en nuestro particular triunvirato no voy a ser yo, si acaso la buena de M. Yo ya me he visto hablando en más de una ocasión con la botella.

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