martes, 23 de noviembre de 2010

SALVADOR SOSTRES

Se ha levantado mucha polvareda por las declaraciones del brillante y maleducado Salvador Sostres.
Los defensores de lo políticamente correcto han lanzado un ataque feroz contra el polémico contertulio. Los abanderados de la sinceridad, por el contrario,  han alabado su opinión.
Como siempre, en esta España dividida, nadie se posiciona en el término medio. O se alaba, o se denuesta, pero en raras ocasiones se analiza con mesura. Somos maniqueistas: o bueno o malo.
Utilizamos en nuestro posicionamiento social una paleta de colores en la que sólo existen dos: blanco y negro. Y, evidentemente, son muchísimas más los que podemos utilizar. No sé si no se hace por estrechez mental, o porque no interesa hacerlo. Todos los campos de opinión que se manifiestan lo suelen hacer desde un interés y un posicionamiento previo que contamina la verdad que se expresa.
Bien porque intentemos réditos electorales, porque queramos parecer lo que no somos, por intereses mediáticos, por lo que sea. Pero siempre hay un pie forzado, como decía Ortega de las circunstancias, que condiciona nuestro comentario.
Voy a expresar mi opinión, que sólo está contaminada por mi educación previa, pero contra eso ya no puedo luchar. Aún así si les aseguro que no me mueve más interés que el de aclararme a mí mismo lo que pienso sobre la cuestión. Escribir, poner palabras al pensamiento, es una forma de esclarecer las ideas.
La idea principal de Sostres, la que no paraba de repetir una y otra vez, es la de que en la juventud está la verdad sexual (él se pronunció sobre las chicas de diecisiete años). Sólo ella tiene el patrimonio del deseo más puro. Es el cuerpo puro, el que no está contaminado, ni pervertido por la edad. Es el cuerpo…
Hasta ahí bien. Es una obviedad lo anterior. También es una obviedad que vivimos en una sociedad y como tal tenemos un constructo social básico para la buena convivencia. Hay unas normas asentadas en la sociedad que no se deben violar si no queremos destruir los pilares básicos de la misma. Y entrar en la sexualidad de las menores es violar la cultura. Puede ser naturalmente apetecible, pero culturalmente es reprochable. El ínclito debate naturaleza y cultura es puesto una vez más sobre la mesa.
Es un debate muy interesante, pero no lo voy a tratar aquí. Simplemente lo señalo para añadir un nuevo elemento de juicio a la aportación del contertulio.
Lo que también se pudo apreciar en la intervención del citado señor fue una total falta de respeto por la señora que dirigía la tertulia y por los oyentes de la misma, eran niños.
Es una señal de buen gusto no manifestar repetidamente opiniones que han sido censuradas. Si nuestra voz ha sido oída, y no es del agrado de los que nos están escuchando  volver a oír lo mismo, es algo tácito que, por no herir sensibilidades, uno  no debe repetir lo ya dicho. Es cuestión de educación.
Contar un chiste en una cena resulta anecdótico, e incluso gracioso. Contar diez chistes te hace pasar a la categoría de pesado. Pues es un poco lo que paso con Sostres. Manifestó su verdad. Incómoda de oír, pero era la suya. Con una vez hubiera sido suficiente. Seguir ahondando en ella, aún a sabiendas de que no quería ser oída, o que ya lo había sido, demuestra poca sutileza y menos educación.
No le presentaría a mi hija al señor Sostres, si la tuviera, pero sí me gustaría tomar esta tarde un café con él.

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